Siempre que pensamos que la Comedia clásica ha tocado fondo, que el ritmo mono neuronal imperante en el género parece reducir a la televisión el talento cómico, nos encontramos con frescas propuestas como “ Morning Glory “ que, por suerte, se erigen en excepción que confirme ( o no ) la regla.
Roger Michell , director todo terreno que ha tocado todos los palos de la baraja en su dilatada y reseñable carrera, coge el toro por los cuernos dispuesto a regalarnos una Comedia de las de antes.
Una joven productora adicta al trabajo encuentra su mayor reto al encarar la revitalización de “ Daybreak “, espacio matinal de larga trayectoria que ha conocido tiempos mejores. En su afán por recuperar el programa reclutará a la leyenda televisiva Mike Pomeroy, afamado periodista a vueltas de todo, cuya mala leche le hará la vida imposible.
Roger Michell conoce muy bien su trabajo, y el oficio que le caracteriza sirve de pegamento para una historia de pocas pretensiones, pero con la principal muy clara : DIVERTIR al público.
A través de las desventuras de la productora y los continuos cruces con la cargante vieja gloria que, contra su voluntad, termina sus días en un programa como tantos en la televisión, donde la frivolidad impera sobre el periodismo de calidad, serán el motor que insufle vida a los cien minutos de “Morning Glory”.
Criticando de puntillas la televisión de digestión rápida, Michell vuelca todos sus esfuerzos en la potencia del elenco protagonista. Rachel McAdams, en el papel de la productora Becky, encuentra el contrapunto ideal en un Harrison Ford de bambalinas que no duda en reírse de sí mismo ( estableciendo continuos paralelismos entre su carrera y la de su personaje ) con sobrada dignidad ( que ya quisiera el presente Robert DeNiro ) acompañado por la fresca e imprescindible presencia de una Diane Keaton como la copa de un pino.
Todo en “ Morning Glory “ destila aires de Comedia clásica, no vistos desde la estupenda “ Abajo el amor “. Vientos que exprimen la fórmula cómica apoyándose en un guión ágil y bien estructurado, donde el humor requiere de la complicidad del espectador y los gags van entrelazándose con la inteligencia irreverente propia de exponentes de altos vuelos como “ Rockefeller Plaza “ ( aunque con varios puntos menos de acidez ), para desembocar en una sensación de bienestar que – incluso mucho después del fin de la cinta – nos llena de gozo.
Salvo un uso excesivo de canciones para ambientar el sarao, no hay peros en la película de Roger Michell. Comedia para grandes y pequeños, comedia para nostálgicos o espectadores en general que quieran disfrutar de un montón de actores pletóricos dispuestos a que pasen un rato sin mirar, ni de lejos, las manecillas del reloj, mientras se parten de risa sin necesidad de zambullirse en escatológicos topicazos, rechonchos contrapuntos poco aseados o animales entrenados para hacer mamarrachadas.
Se partirán de risa sin que les tomen por idiotas. Ahí es nada.