En esos momentos de espera, su mente no dejaba de dar vueltas al asunto. Tanto trabajo. Tantas reuniones. Tanta lucha. Tantos quebraderos de cabeza. Y todo, ¿para qué?, se preguntaba. Únicamente somos números para ellos. No entendía por qué se llamaban » Recursos humanos «, cuando precisamente carecían de humanidad. Autómatas encorbatados que cada vez que hablaban con el trabajador, sobre todo en tienpos de crisis, soltaban un discurso demagógico y ambiguo.
Pensaba en todos los años de servicio que dedicó a la empresa, cuando aún creía que su trabajo valía para algo. Siempre estuvo equivocado en ese aspecto. Cuanto más reías las gracias al jefe y más le adulabas, mejor puesto ocuparías, al margen del trabajo que realizaras ó supieras realizar. ¿ Nadie se daba cuenta de la injusticia ? Si se daban cuenta, miraban para otro lado. En esos momentos de espera también tenía clara una cosa: no iba a dejar que la empresa se saliera con la suya, sobre todo después de haberles ganado aquel juicio. Aquella situación le otorgó nuevas fuerzas para continuar y, obviamente, salió reforzado como persona. Su psique también cambió. ¿ Qué le esperaba en la reunión que mantendría con RRHH al día siguiente? La experiencia le decía que podía pasar de todo. Sea como fuera, no estaba dispuesto a ceder. Moriría con las botas puestas.
LLevaba en la sangre el blues de la insatisfacción.
Miguel Ángel Bonafonte Serrano