Era una soleada tarde de domingo.
Como todos los veranos, acostumbraba a irse a pescar los fines de semana. Le encantaba tener el poder momentáneo que le sugería atrapar los peces, aunque luego los soltara. siempre había sido un hombre tranquilo. Nunca había hablado más alto de la cuenta, se llevaba bien con todo el mundo y nunca se había metido en una pelea.
En esos momentos, no tenía más aspiraciones que estar en su barca contemplando el río, dejándose mecer por el movimiento del agua. Últimamente, pensaba mucho en su vida. Tan tranquila, tan organizada. Con una agenda perfectamente planificada, sin salirse nunca del guión. en el fondo, siempre había querido algo de acción, más chispa. en definitiva, ser mucho más espontáneo, dejarse llevar. Se le vino a la mente su hermano. Todo lo contrario a él. Enseguida se liaba la manta a la cabeza. No seguía un orden. Jamás tuvo que pagar una hipoteca, nunca se le conoció pareja estable y nunca le daba miedo dejar un trabajo para embarcarse en otro proyecto.
¿Cómo era posible que fueran tan diferentes?.Sin previo aviso, el carrete de su caña comenzó a moverse rápidamente. había picado un pez. Parecía muy grande. Arrastró su barca y comenzó a forcejear. Sus brazos estaban en tensión. Finalmente atrapó al pez. Era un siluro grandísimo. Sus escamas brillaban. Le hizo una foto con su polaroid y le echó al río de nuevo. Aquella vida tampoco estaba tan mal. como suele decirse, si Dios únicamente te da limones, habrá que hacer limonada.
Miguel Ángel Bonafonte Serrano