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‘Un trayecto inusual’

Un trayecto Inusual

Un trayecto Inusual

Iván entró al tren, como todas las noches cuando salía de la universidad. Odiaba tener que hacer una hora de viaje todos los días para volver a su casa. Pero sabía que hoy no iba a casa. Normalmente se traía algún libro para entretenerse, pero algunos días, se dedicaba a observar a la gente. Hoy estaba demasiado nervioso para leer. A Iván le gustaba escuchar las conversaciones de los demás y observarlos sin que ellos se dieran cuenta. No lo hacía por ser cotilla, sentía curiosidad por cómo, de millones de personas que había en el mundo, cada uno tenía su propia historia, y por una serie de casualidades habían acabado justo a esa hora, las 21:13, en ese lugar.

Pero hoy su cabeza estaba en otro lugar. Miraba el reloj continuamente, sabía que llegaba a la hora, pero cada vez que el tren se paraba, su corazón se aceleraba más de lo habitual.

Quedaban apenas dos paradas para que llegara la suya. Mientras el tren aceleraba, su mente viajaba a toda velocidad barajando las distintas formas de cómo podría acabar la noche. Sin querer, empezó a escuchar la conversación de una pareja que tenia detrás, la chica parecía estar llorando. ¿Podría acabar así también hoy? Él siempre pensó que la suerte no estaba de su parte.

Quedaba solo una parada, e Iván empezó a quitarse la sudadera porque estaba empezando a sudar. Tras acabar volvió a mirar el reloj, solo 4 minutos. La chica seguía llorando. 3 minutos, el reloj parecía ir cada vez más lento. 2 minutos, cada vez tenía más calor. 1 minuto. El tren empezó a detenerse y su corazón, a acelerarse. Se levantó tembloroso, recogió su mochila del suelo y empezó a andar lentamente mirando a su alrededor. Miró a través de la ventana pero nada. Tras unos segundos de espera (que para él duraron años), las puertas se abrieron y salió al exterior. Miró hacia todos los lados pero nada, apenas tres personas en el andén. Miró el reloj de nuevo, era la hora. Su corazón cada vez se aceleraba más. Miraba por todas partes pero seguía sin ver nada.

Volvió a mirar el reloj cada vez más nervioso y, cuando levanto la cabeza, allí estaba ella.

Néstor Mínguez Bonet

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