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‘Rojo’: Primera parte

Rojo

***I***

La habitación oscura, con las paredes ocres y una decoración escasa, me recuerda a un Psiquiátrico, aunque desconozco por qué al no haber estado en ninguno. Solo hay una butaca de espaldas a la puerta, de color azul oscuro y tela gruesa. Junto a ella una mesita de tres patas, de madera, parece muy vieja. Encima un libro, grueso con las tapas en beige. Hay un hombre, de unos 30 años, alto, desgarbado -o eso parece-, posiblemente debido a su forma de andar y delgadez.

Lleva unos pantalones oscuros -parecen vaqueros-  y una camisa blanca; no es mala ropa, pero le da la apariencia de ser una persona dejada. Su pelo negro y rizado está alborotado, y cuando anda por la habitación introduce sus dedos en el cuero cabelludo y lo frota, lo cual explica el por qué de su alboroto. Camina despacio, con pequeñas paradas como si estuviera preocupado, o esperando algo.

Se oye un grito, un quejido ensordecedor que me hace estremecer, me deja un vacío, una sensación de dolor; una sensación que hasta ahora no había vivido. Me coloco en mi asiento, sin entender qué ocurre; el hombre sigue paseando impasible, como si el grito no hubiera existido nunca. Una idea me recorre inmediatamente el cuerpo, dejándome helada: ¿sería un grito en la sala? Miro a mi alrededor y nadie parece haber oído nada. Caras de aburrimiento, cansancio y deseo de algo nuevo.

No lo entiendo. Por segunda vez me coloco, pero siento una angustia interior que me deja sin aire; intento, sin conseguirlo, volver a respirar.

Rojo

El hombre se ha sentado. Lee un libro que estaba sobre la mesilla, donde descansar una rosa roja muy oscura, casi negra.

Se levanta, dejando el libro en el sofá, pero no parece ver la rosa, único tono de color de una habitación cada vez más oscura. Por una esquina entra una brizna de luz. No podría asegurar que estuviera antes, pero no veo ninguna ventana.

Mi confusión es por momentos más elevada, no pienso con claridad, ¿por qué me crea confusión? Es un hombre paseando…  en una habitación prácticamente vacía… y nadie ve nada raro en todo esto… no dejo de moverme, estoy intranquila, algo no va bien en todo esto, no encaja en el puzzle.

Mientras pasea por la habitación, hace breves paradas y continua. Saca un teléfono negro, pequeño, sin florituras. Teclea lo que parece un mensaje y lo vuelve a guardar, relajado, esperando.

Veo un… no, será un reflejo ¿una ilusión óptica? no puede ser, he visto la cara del hombre al lado de la puerta, con su boca… no, es imposible.

No, de nuevo ese chirriante grito, de dolor, de angustia, de desesperación, un ahogo sordo, y de nuevo el grito ¿Acaso no lo escuchan? Nadie reacciona.

Tengo ganas de llorar, gritar, huir…pero estoy paralizada, muda, incapaz de articular palabra

El hombre se gira. Parece haber oído algo, pero no, se sienta suavemente cogiendo el libro.

La rosa no está sobre la mesa, solo un pétalo que parece marchito.

Siento una extraña presencia, y en la puerta, aparece otro hombre, idéntico al anterior pero… su boca parece fracturada, y está llena de sangre, envuelta en una risa histérica, pero sorda. Sus ojos me miran, directos, penetrantes. Es como si pudiera verme y leer mis pensamientos…¿nadie más le ve?

Se levanta, pasa por delante de él como si no lo viera, mira su teléfono y de nuevo teclea algo.

Oigo risas a mi alrededor, ¿de qué se ríen, de un hombre tecleando?; ¿de una sombra que nadie ve? No entiendo las risas, estoy aterrorizada.

¿Se ríen, acaso, de mi terror?

El hombre se dirige al sofá. Se gira como si hubiera notado algo, pero la sombra no está. Lentamente, como si nada, se sienta de nuevo, y retoma el Libro. En la mesilla está de nuevo la rosa, goteando un líquido rojo oscuro, espeso… Miro a la puerta y ahí está de nuevo la sombra, impenetrable, impasible.

Su rostro es serio, pero no consigo ver bien su boca, aunque persiste la sensación de que le faltan trozos, como si fuera víctima de la putrefacción, pero la sangre me impide verlo claro. Me mira con ojos fríos, vacíos…

Rojo

¡Nooo! Ha dado un golpe seco, con un instrumento redondo, metálico, como un cepo de dientes pequeños. Brilla como si un reflejo lo iluminara, lo veo a cámara lenta… Su brazo aún está extendido, con el artefacto clavado en la pared. Su rostro impasible, con la mirada fija al frente, perdida; hasta que de nuevo me encuentra, me traspasa.

La pared parece de yeso, escupe polvo y pequeños trozos. Despacio, veo como mueve la mano y baja el brazo, dejando la pared marcada.

El hombre sigue leyendo…

La cabeza de la sombra empieza a moverse con rapidez, creando una estela allá por donde pasa, moviéndose sin ningún patrón aparente. Mientras ríe, tengo la sensación de que la sangre es de su propia boca. No sé cuánto lleva girando, pero me resulta eterno verle sin que nadie más pueda; que el hombre sentado a su lado no le vea ni oiga su, ahora sí, perceptible voz.

Para de moverse, su boca esta entreabierta para dejar entrar el aire. Me mira de nuevo. Sus ojos parecen llenos de ira, de dolor; de su boca sale una especie de gruñido que me dice… va a morir, mirando al hombre sentado.

‘Rojo’: Fin de la primera parte.

Por: Patricia Álvarez López & Eduardo Bonafonte Serrano.

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