En 1865, mientras la Guerra Civil Americana se acerca a su fin, el presidente Abraham Lincoln propone la instauración de una enmienda que prohíba la esclavitud en los Estados Unidos. Esto supone un gran dilema: si la paz llega antes de que se acepte la enmienda, el Sur tendrá poder para rechazarla y mantener la esclavitud; si la paz llega después, cientos de personas seguirán muriendo en el campo de batalla. En una carrera contrarreloj para conseguir los votos necesarios, Lincoln se enfrenta a la mayor crisis de conciencia de su mandato, y su vida.
Por fin, Steven Spielberg ha rodado una película para Steven Spielberg.
El Rey Midas de Hollywood y magnífico Cineasta (y esto sí es una afirmación que muy pocos se atreverán a discutir, al menos con argumentos de peso) se aleja por fin de ese sexto sentido innato para darle al público lo que quiere y, además, complacer sus propias inquietudes artísticas. En esta ocasión, la balanza se inclina hacia el lado del Director.
‘Lincoln’ es una película difícil. El tema a tratar es enorme, sin duda un capítulo escrito en mayúsculas en la historia americana, y no valen medias tintas ni aproximaciones moralistas o heroicas.
A partir del Libro de Doris Kearns Goodwin, el Guionista Tony Kushner elabora una inmersión total hacia los entresijos de la Alta Política, en una época convulsa en la que los Políticos eran mucho más que Corruptos y Corruptores profesionales; más que efectivos Cantamañanas, siempre a la sombra del Árbol más fuerte.
Más de dos horas de metraje las pasamos en el Congreso, observando las artimañas, triquiñuelas y cálculos políticos con las que Lincoln (un majestuoso -otra vez, y van…- Daniel Day-Lewis) pretende abolir la esclavitud y, de paso, poner fin a una cruenta Guerra.
Pero Spielberg, y esto es una novedad, aquí no sucumbe al Mito. Ésta es su oportunidad de dar un golpe en la mesa y reivindicar su Cine más ‘serio’ (con altibajos como ‘Amistad’, y grandes –aunque engañosas- películas como ‘La Lista de Schindler’ o ‘Munich’) y, desde luego, no la desaprovecha.
‘Lincoln’ es una película certera, concienzuda y alejada de la narrativa mágica de otras entregas made in Spielberg. Cierto es que la épica está presente, y que hay muchos momentos que quedarán grabados en nuestras retinas (el magnífico arranque de la cinta o la cruda discusión entre Lincoln y su esposa, la también magnífica Sally Field), pero esta vez no hay sacrificios en el camino: Spielberg quiere ser fiel a la historia, al personaje y a sí mismo, aunque esto conlleve sacrificar a parte del público (el que esté acostumbrado a sus películas de siempre o no se implique lo suficiente para empaparse de la compleja trama) en pos de la película.
El nutrido reparto y la cantidad de sucesos a narrar lastra en ocasiones la cinta, pues no hay tiempo suficiente para dotar de enjundia a todos los personajes que pululan por el Congreso (aquí, el damnificado principal es Joseph Gordon-Levitt, el hijo del Presidente; el beneficiado, ese robaplanos experto llamado Tommy Lee Jones ).
Quizás por lo último, o por desmitificar un poco la figura de un Presidente que descansa en el inconsciente de toda una Nación, y que incluso en otros Países conoce hasta el cateador experto de turno, Spielberg decide aportar bienvenidas dosis de humor gracias –en gran medida- al personaje interpretado por James Spader, que tira de comicidad como ya hizo en la Serie ‘Boston Legal’, y también a los Discursos y divagaciones del propio Lincoln.
El final es de sobra conocido, y el Director decide resolverlo como tantas otras veces: a través de las emociones de un niño, volviendo, solo al final, a ser el Steven de siempre…con muchos años de madurez a sus espaldas.
Una gran película americana. Una apuesta segura al Oscar y otra página más en la historia de un Narrador con todas las letras.
Lo mejor: Daniel Day-Lewis y Tommy Lee Jones. Menudo par de Astros.
Lo peor: Si el Espectador no pone atención, se perderá a las primeras de cambio.