Oscar Diggs es un prestidigitador de segunda en un circo de Kansas que ansía llegar a muy lejos en el mundo del espectáculo. Después de una actuación accidentada, montado en un globo, es engullido por un tornado que le lleva al mágico mundo de Oz. Allí conoce a tres brujas, Glinda, Theodora y Evanora que le hablarán de una profecía en la que esperan a un mago poderoso que salve a su mundo de la malvada bruja del Oeste. Así que acompañado de un mono alado y una niña muñeca comienza su viaje.
No hay nada peor que volver a un lugar del que guardas los mejores recuerdos. Esos recuerdos imborrables que forman parte de la vida y que, a veces, es mejor no contrastar a través de los ojos de la madurez.
‘El Mago de Oz’ fue, sin duda, una de las películas más importantes e influyentes del Séptimo Arte, y el noventa por ciento de los occidentales del planeta saben de sobra el destino final del camino de baldosas amarillas.
Por tanto, lo primero que hay que reconocerle a Sam Raimi es su valentía: meterse en semejante berenjenal y acometer nada más y nada menos que una Precuela que explique cómo un Jeta de buen corazón llega a convertirse en el Guardián de Oz, demuestra que el Director de ‘Posesión Infernal’, sigue poseyendo desbordante energía.
Lo mejor de ‘Oz, un mundo de fantasía’ trascurre en la primera hora de metraje: los maravillosos créditos iniciales (atentos a la partitura del siempre grande Danny Elfman) y el prólogo en blanco y negro emulando al clásico son lo mejor de la cinta; la excelente recreación del Tornado culmina en la expansión de la pantalla, inundada de color y vistosos efectos digitales que ilustren el primer contacto de Oscar Diggs con Oz.
Pero un Imperio visual notable (hay algunas cantadas digitales difíciles de digerir en una Obra de gran presupuesto) no es suficiente y, como en cualquier película destinada a perdurar, el Libreto tiene que acompañar. Y lo cierto es que ‘Oz, un mundo de fantasía’, relata una historia excesivamente simple, rutinaria y a menudo ñoña.
Aunque los acompañantes del Mago durante su viaje están concebidos a la perfección (la muñeca de porcelana es alucinante), ni James Franco, Mila Kunis, Michelle Williams y Rachel Weisz despliegan todo su potencial, asolados por las limitaciones de unos personajes estereotipados que sabes qué van a hacer mucho antes de que lo hagan.
Pero Raimi, al final, consigue lo más importante: que nos pique la curiosidad de saber qué pasará a continuación, y añoremos las andanzas de Dorothy, El Espantapájaros y el León Cobarde, deseando que vuelvan a poner los pies en el camino de baldosas amarillas en el Oz del siglo XXI.
Lo mejor: el principio es excelente.
Lo peor: algunos efectos cantan y el guión chirría a menudo.