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III
A medida que bajamos las escaleras para ir hacia la puerta me voy sintiendo pequeña, nula… mis piernas no responden y me quedo rígida, mirando a ese hombre, leyendo, tan cerca de mí que puedo leer el título del libro… ‘Ayuda’. Está escrita en rojo, como si hubiera sido hecha con el dedo, siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo
Mi acompañante, ajeno a toda la situación vivida tira de mí, para llevarme a la salida.
Me siento a salvo, ya en el coche, de copiloto; relajada. Parece que estoy entrando en calor de nuevo y mi boca ha dejado de sangrar. Nos dirigimos a un restaurante, es un sitio nuevo, a las afueras de la ciudad. Al llegar, todo es precioso a nuestro alrededor, verde y frondoso. Se escucha el fluir de un arroyo cercano. Recupero las fuerzas, y nos dirigimos a la puerta del restaurante, dispuestos a entrar.
Es como una casita de campo, toda de madera, con unas grandes ventanas, cortinas blancas con bordados y puntillas. El interior, muy coqueto: mesas pequeñas, mantelería fina de color blanco, con el camino en rojo fuego, parece seda. Hay velas…
Nos sientan en una mesa, apartada, en el centro hay dispuestas unas rosas… blancas, pero, hay una roja, casi negra… el camarero vuelve con las cartas. Respiro, relajada, concentrándome en la comida, el ambiente y mi acompañante.
Elegimos los platos: ensalada de canónigos con cebolla caramelizada en frambuesa y queso de cabra para mí y un solomillo de cebón poco hecho para mi acompañante.
Nuestra conversación es amena, ligera.
Siento de nuevo frío en mis pies, pero están calzados. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Mientras me incorporo, veo por el rabillo del ojo cómo el camarero deja mi ensalada y la carne. Al elevar la mirada para agradecerle el servicio me quedo paralizada…
Es el hombre…
Mi acompañante le agradece el servicio, y con un rostro tranquilo se aleja de la mesa. Estoy helada.
– ¿No crees que el camarero se parece al tipo de la película? – pregunto a mi acompañante.
– No, claro que no, ¿estás segura de que has visto la película? Te quedarías dormida- responde, incrédulo.
¿Será eso, me quedé dormida y lo soñé?; ¿o será que estoy aún soñando?
– ¡Ouch! – Grito, al recibir un pellizco en el brazo por parte de mi acompañante.
– ¿Sigues conmigo?
– Sí, claro. La carne está un poco cruda – Le comento, aunque sin prestar mucha atención.
Observo su plato de mi acompañante: la carne está totalmente cruda. Mientras la corta la sangre brota como si estuviera fresca… Una gota de sangre salpica una de las rosas blancas; es una gota perfecta, de un color rojo brillante. Puedo oler su calidez, su dulzura mezclada con el aroma suave y fresco de la rosa.
Me quedo embelesada unos instantes mirando la rosa con su nueva adquisición. ¿Tendrá un sabor agradable ese pétalo impregnado de nuevas fragancias? Mi imaginación me está jugando una mala pasada…
Intento seguir con mi ensalada, pero está nadando en un líquido… no, voy a respirar, a relajarme; mira a tu alrededor, las velas… la gran sala blanca… mis pies fríos.
Estoy descalza de nuevo, desnuda debajo de la camisola de hospital.
Necesito correr, gritar; pero mi cuerpo, inmóvil y frío, no reacciona. Siento humedad bajo mis pies: hay sangre ¿de dónde sale? Miro al frente despacio, con miedo…
Oigo un ruido seco y ensordecedor, me giro bruscamente y de nuevo veo a la sombra, el espectro golpea la pared mirándome.
Sin vida, absorbiendo la mía, que se escapa poco a poco…
Golpea al menos dos veces más; cada vez que lo hace la pared se agrieta más el yeso se empieza a teñir de rojo. Su cuerpo no se mueve; incomprensiblemente y a una alarmante velocidad, solo mueve los brazos, espasmódicos.
No puedo dejar de mirarle a los ojos, a medida que la sangre brota de la pared, va manchando su boca. ¡Umm! Y la mía. Gotas de sangre caliente perlan mis labios, pero estoy paralizada.
Un golpe seco.
Un grito rompe el sepulcral silencio hundiéndome en una tristeza profunda, llevándome a la locura; todo se vuelve lento, y no sé cuánto tiempo ha pasado. Al grito le sucede un agonizante quejido… mi cuerpo cae hacia atrás. Creo que estoy perdiendo la consciencia…
Aturdida, abro los ojos y, poco a poco, intento aclarar mis ideas, sin éxito. No siento mi cuerpo y no tengo fuerzas para articular palabras. Creo estar tendida en el suelo, inmóvil. Ni siquiera estoy segura de estar despierta…
El tic tac persiste en mi cabeza, haciendo que pierda la noción del tiempo: no sé si han pasado minutos, horas, días; finalmente mis ojos se cierran, dejando un mar de oscuridad y vacío.
De nuevo, un golpe seco y otro chirriante. No sé cuando estoy despierta y cuando no… ¿es una locura la que abruma mi mente?.
Intento acercarme a la puerta, pero estoy atada, ataviada con una camisa de fuerza; descalza, con el camisón teñido de carmesí, confusa. La habitación acolchada, sin muebles, solo tiene una puerta que parece estar lejos, muy lejos.
Bloqueando la salida, el espectro, putrefacto, me espera.
Por primera vez no tengo miedo: siento compasión, tristeza, vacío, soledad, locura.
Le miro: su pelo rizado, negro y alborotado, parece sorprendentemente limpio y suave. Veo que está vestido también con una camisa de fuerza, pero también un pantalón verde, impoluto.
Noto su respiración en mi nuca, me giro, mirando con vergüenza: su rostro impasible, lleno de sangre con plumas pegadas alrededor de su boca.
¿Se ha comido al pájaro? Me siento vergonzosamente excitada. Se acerca peligrosamente hacia mis labios, y puedo ver sus dientes, blancos, afilados como los de un depredador. Su boca desprende un olor fuerte, como a…
No recuerdo nada desde que su boca… abro los ojos con miedo, y estoy de nuevo en mi butaca, sentada, vestida, pero mojada… miro mis manos… oigo gritos a mi alrededor, me levanto.
Toda la sala me señala, horrorizada.
Miro a mi acompañante para que me ayude a entender…
Es el hombre. Mi acompañante es el hombre… su cuello tiene una herida, como el mordisco de una bestia…
Por: Patricia Álvarez López & Eduardo Bonafonte Serrano.