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‘El Llanero solitario’: piratas en el oeste

El Llanero solitario

John Reid es un ranger de Texas ejemplar que ha dedicado su vida al cumplimiento de la Ley. Tras una emboscada, oficialmente es dado por muerto, pero un indio le encuentra y le rescata de una muerte segura. Entre ambos se establece una fuerte amistad. Para ocultar su identidad, Reid se pone un antifaz, a lomos de su fiel caballo Silver y emprende junto a su amigo indio un viaje por todo el oeste americano tras los forajidos que mataron a su hermano durante la emboscada.

Verbinskizar: utilizar una producción megalómana repleta de barroquismo para lanzar al público un estallido visual tan acertado en ocasiones como vacío en su conjunto, a fin de que los árboles no les dejen ver el bosque.

Sparrowizar: interpretar cualquier papel de la misma manera, tomando al público por idiota.

Dos horas y media de metraje. A bote pronto, cualquiera pensaría que, bien utilizadas, dan para mucho.

‘El Llanero solitario’ rescata el Mito para las nuevas generaciones, de la mano de Disney,  Gore Verbinski y Johnny Depp, responsables (sí, estoy siendo peyorativo) de la tetralogía de ‘Piratas del Caribe’, con decepcionante resultado.

Verbinski y Depp se creen mucho más de lo que son, pensando que lo que funcionó por suerte y cierto ingenio en ‘Rango’ lo hará también aquí con el mero chasquear de sus dedos.

Por si esto fuera poco, calcar la fórmula de ‘Piratas del Caribe’ en un descarado intento de parir una nueva franquicia (Ted Elliot y Terry Rossio, los guionistas, deben de estar partiéndose de risa clonando sus propios Libretos una y otra vez), convierte una película divertida y visualmente impactante a ratos en un batiburrillo excesivo donde el público, piedra angular de cualquier cinta con visos de triunfar, no se implica ni a tiros.

Johnny Depp parece empeñado en desdecir a todos sus defensores que creen que sigue siendo un gran actor, enrocado en Jack Sparrow e incapaz de interpretar papel alguno sin emular los tics del Pirata (el Sombrerero loco, el Vampiro loco, el Indio Tonto y loco…); Armie Hammer se encuentra perdido y su Llanero solitario es un conjunto de clichés y bastante humor poco acertado; Helena Bonham Carter pasaba por allí para hacer lo mismo de los últimos quince años… solo el eterno secundario William Fichtner salva los muebles interpretando al malvado Butch Cavendish.

Lo demás, un Parque de atracciones/Circo ambulante: espectaculares (y desganadas) escenas de acción, humor idiota, mucho ruido, el gusto de Verbinski por travestirlo todo (atentos al secuaz de la banda de Cavendish y su afición por disfrazarse de mujer), y el más es mejor como axioma.

En definitiva, todas las señas de identidad del Cine auspiciado por Jerry Bruckheimer que, en esta ocasión, naufragan en un mar de arrogancia.

Lo mejor: aislados toques de verdadero ingenio.

Lo peor: se cree MUCHO más de lo que es.

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