Un joven aprendiz de médico (Tom Payne) con un don para sanar nunca visto recorrerá la Europa sombría del siglo XI hasta llegar a la fascinante Persia, donde se encontrará con el mejor maestro imaginable: el mítico Ibn Sina (Ben Kingsley)
Siempre que una adaptación de la literatura (un gran éxito como es el caso de la novela de Noah Gordon), llega al cine suscita un sin fin de opiniones diferentes, unas a favor y otras en contra. Sin duda, tal y como ha declarado el equipo, ha sido un gran logro, porque otros muchos lo han intentado pero nadie lo había conseguido. Pero realmente la pregunta es ¿Qué han adaptado? Lo que ha llegado a la gran pantalla son solo algunos de los pilares básicos, muy básicos, que conforman la trama de la novela: lugares, nombres, localizaciones y la idea original en la que un joven con un don, viaja desde occidente a oriente para convertirse en médico después de haber sido ayudante de un barbero. Han contado la misma historia pero de otro modo diferente. Uno de los casos que me ha parecido más llamativo, es la relación con el Sha de Persia, ya que no es tan amable ni tan agradable.
Pero como ocurre muchas veces, se valen de dos valores que al público le gusta ver en el cine: lealtad y amor, aunque de una manera exagerada. La relación con el Sha de Persia no se asemeja a lo que nos muestra Noah Gordon en su novela y la historia de amor se lleva a un punto diferente.
El largometraje, igual que la novela que ha dado vida a la historia, es largo, aunque en el caso de la película, en exceso. Se supone que si en el guión eliminas parte de la historia, sucesos, personajes etc., es para poder adaptarlo, ya que es tedioso llevarlo al cine con una película larga y densa… tal y como han hecho. La historia se hace pesada y lo único que aporta fluidez es la sucesión de escenas, en localizaciones llenas de exotismo.
Parece que estamos viendo la sucesión de una serie de fotografías en panorámica, con escenarios que deleitan la vista. Sin duda el aspecto que más merece la pena, porque sí es cierto que es un espectáculo visual, acompañado del apoteósico final, donde se destruye la universidad de Ibn Sina y con ello el conocimiento.
Pero si echamos la vista unos años atrás, es lo mismo que Alejandro Amenabar mostró en ‘Agora’. Tanto el juego con la cámara y la imagen como el trágico desenlace del incendio de la Biblioteca de Alejandría. Tan parecido es, que igual que en ‘Agora’ se ven planos en los que se queman los pergaminos de la biblioteca, aquí se ve lo mismo, pergaminos consumidos por las llamas, usados para aportar dramatismo y dar más intensidad a ese momento.
Al haber dado tanta importancia al final de la universidad de Ispahán, se pierde interés en el sueño de Robe Cole de convertirse en hakim. Lo que vertebraba la historia, pasa a un segundo plano. Pero es lo mismo que le ocurre al propio protagonista, ya que Tom Payne se enfrentaba con ‘El Médico’ a su primer papel protagonista. No se puede decir nada en contra de su actuación, pero queda completamente eclipsada cuando comparte escena con otros personajes. En especial, con Olivier Martínez , el Sha de Persia.
Resumiendo, hay novelas que son grandes éxitos, geniales porque a lo largo de sus páginas nos trasmiten “algo”. Pero eso no lo ha conseguido ‘El médico’, a diferencia de lo que ocurre con la novela.
Asistimos a una serie de hechos encadenados, entre los que se introducen grandes planos e imágenes.
Pero hay historias para ser contadas en libros… y otras en la pantalla grande.
Lo mejor: las localizaciones, los grandes planos, las panorámicas y el exotismo.
Lo peor: una adaptación más de la literatura al cine. Sin personalidad.