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‘A propósito de Llewyn Davis’, la película más redonda de los Coen

A propósito de Llewyn Davis

Llewyn Davis es un joven cantante de folk que vive en el Greenwich Village, en el Nueva York de los años 60. Con su guitarra a cuestas, durante un frio e implacable invierno, lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive gracias a la ayuda de sus amigos, durmiendo cada vez en un sofá distinto. Mientras los problemas llueven a su alrededor, una carambola le da la oportunidad de hacer una prueba ante un productor importante en Chicago.

‘A propósito de Llewyn Davis’ es la película más redonda de Joel y Ethan Coen. Una road movie en la que viajamos sin rumbo subidos a los hombros del protagonista, compartiendo sus gracias y sus desgracias. Una odisea en la que, guiados por el gato Ulises (un trasunto del personaje protagonista), un magnífico Oscar Isaac (tanto en la interpretación cinematográfica como en la musical) compone un personaje que es muchas cosas a la vez y ninguna le sobra: entrañable, patoso, cariñoso, amable, colérico, inoportuno, soñador, despistado, iracundo, desgraciado, cobarde y valiente a la vez.

Los Coen se inspiraron sobre todo en la figura del cantante folk conocido como ‘el alcalde de la calle Mac Dougal’ (Dave Van Ronk, que también fue marino mercante y publicó un disco titulado Inside Dave Van Ronk) para, durante 105 minutos, sumergirnos en el mundo musical del Greenwich Village de los años 60, de donde surgieron personajes como Van Ronk, Bob Dylan o Joni Mitchell.

Como telón de fondo de la odisea del protagonista tenemos una antológica banda sonora, mérito de  ‘T Bone’ Burnett -que ya trabajó en O Brother!-, y junto a la buenísima fotografía de Bruno Delbonnel, hace que la película vaya ganando en calidad con el paso de los minutos.

Alrededor de Isaac tenemos un zoológico adorable de personajes a cual mejor construido, haciendo bueno el lema de ‘lo bueno, si breve, dos veces bueno’, puesto que sus intervenciones son a cual más breve, pero a cual más intensa también: las explosiones de ira de Carey Mulligan, el pusilánime Justin Timberlake, el implacable F. Murray Abraham (como un Dios de la música decidiendo el destino del protagonista), la chulería de Garrett Hedlund o el personaje repelente que interpreta John Goodman (que resume muy bien en una frase todos los prejuicios de los músicos de jazz hacia el folk).

Los Coen componen un mundo mágico alrededor de Llewyn Davis, donde se van entrelazando géneros diversos: road movie, comedia negra, drama, musical. Y donde queda en el aire el debate entre hacer música para sí mismo o para el público, cuando el productor Bud Grossman le dice tras escucharle: ‘eres bueno, pero no veo mucho dinero ahí’.

El final de la película es un giro circular inesperado, en la que Llewyn Davis, como un Sísifo del siglo XX, se ve obligado otra vez (y van…) a empezar a empujar la piedra de su vida cuesta arriba. Un broche perfecto para cerrar (otra) obra maestra de estos magníficos Cineastas.

Lo mejor: la construcción del ambiente y los personajes, la música y la fotografía.

Lo peor: que no siguieran haciendo más películas como ésta.

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