El sofocante calor de Oklahoma en agosto no invita a celebrar grandes reuniones familiares. Sin embargo, el funeral del patriarca de los Weston es el leitmotiv para que todos sus miembros vuelvan a encontrarse de nuevo. Violet, la esposa, es una mujer enferma de cáncer que tiene una grave adicción a las pastillas y que mantiene una tensa relación con sus tres hijas. Los problemas y las grandes diferencias reaparecen inmediatamente entre ellas, haciendo prácticamente imposible la convivencia.
La magnífica pieza de Tracy Letts pasa por el filtro de los hermanos Weinstein, expertos en esto de hacer películas que opten a prestigiosos premios, con las suficientes cualidades como para depararnos todo un espectáculo que disfrutar desde nuestra butaca.
Pero, en (raras) ocasiones, tener un texto infalible, un Director solvente (John Wells, artífice de la estimable ‘The Company Men’) y un reparto de contrastada calidad no garantiza la cuadratura del círculo.
Y más cuando se trata de adaptar una obra teatral.
‘Agosto’ lo tiene todo para triunfar, con Meryl Streep en (otra) magistral interpretación, Julia Roberts y un montón de secundarios de lujo (donde hay que destacar el papelón de Chris Cooper. Atentos a la bronca que le echa a su mujer y el trato que le da a su hijo, el camaleónico Benedict Cumberbatch) que ponen todo de su parte para avivar el Libreto que, también, firma Tracy Letts.
¿Qué falla, entonces, en ‘Agosto’?
La sombra del teatro es alargada. Intentar conservar su potencial en la adaptación requiere de juegos malabares que John Wells lleva a cabo con mucho oficio, pero relativo éxito.
Las tramas y subtramas son difíciles de digerir, y captar todos los matices de lo que estamos viendo requiere de toda nuestra incondicional atención.
El espíritu permanece intacto: las miserias de esta familia disfuncional hasta el tuétano, obligada a reunirse tras una tragedia que aviva viejas rencillas que se convierten en proyectiles de una denodada guerra abierta; una familia lastrada por la opresiva presencia de la horrible Matriarca al borde de la muerte, cuya bilis rezuma sobre todos los miembros del clan, envuelven cada segundo del metraje.
Pero la tragedia se nos hace espesa, excesiva, sobreactuada. Se echa en falta el poder paladear, digerir e interiorizar todo los avatares de estos desdichados personajes.
Cuando llegamos al abrupto final (quien haya disfrutado de su referente teatral, no estará nada de acuerdo con el desenlace, al servicio de una caprichosa actriz), ha valido la pena pagar el precio de la entrada.
Con credenciales tan altas, todo lo que no sea sobresaliente, se queda corto.
Lo mejor: Meryl Streep y Chris Cooper.
Lo peor: a veces la exageración se pasa de frenada.