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‘El poder del Tai Chi’: vistosa pero vacía

El poder del Tai Chi

Chen Li Hu es un joven que ha llegado a dominar el arte del Tai Chi. Su destreza es tal que realiza variaciones sobre los míticos movimientos para adaptarlos a una mejor posición en combate. Donaka Mark, un poderoso truhan que se dedica a las luchas ilegales, quiere atraer al luchador para utilizarlo en sus combates y para ello, pone en peligro el templo donde entrena. Chen se ve obligado a luchar para salvarlo.

Hay solo dos razones, pero muy poderosas, para ver esta película: Yuen Woo-ping y Tiger Hu-Chen.

El primero es el responsable de las increíbles coreografías marciales que disfrutaremos en ‘El poder del Tai Chi’ y el segundo es el actor que interpreta el personaje principal de la cinta y, además, hace que las sobrehumanas acrobacias parezcan fáciles.

Keanu Reeves rinde tributo al que fue su doble en la Saga de ‘Matrix’ y, tanto delante como detrás de las cámaras, se dedica a pasar desapercibido. Como actor, Reeves sigue siendo una puerta con ojos; como director, apenas si podemos vislumbrar aquí sus capacidades, más allá de saber colocar la cámara donde conviene para engrandecer la somanta de guantazos que se suceden durante el metraje.

Lo demás, accesorio: el guión solo vale como vehículo para enlazar escenas, trillado de tópicos y mil veces visto: un buen hombre quiere salvar su templo, y para ello lucha. Por otro lado, una policía inquebrantable e insobornable quiere encerrar al malo de turno, que se está forrando con las peleas ilegales. Las interpretaciones, como podrán intuir, llevan el piloto automático.

Sin embargo, para todos los amantes del género de artes marciales, ‘El poder del Tai Chi’ resulta imprescindible. Porque aunque sea más simple que el mecanismo de un chupete, no está sobreactuada, ni sus personajes sufren de ese humor tan particular que nos llega desde Asia desde tiempos de Bruce Lee, y que tanto hemos sufrido con, entre otros, el Jackie Chan antes de Hollywood.

Tampoco hace que queramos abandonar la sala cada vez que los personajes dejan de luchar y deciden abrir la boca (¿recuerdan, por poner un ejemplo, las estupideces de ‘Ong- Bak’, y su argumento indefendible?), lo que es de agradecer entre pelea y pelea.

En definitiva, imposible aburrirse con este despliegue de arte en movimiento, que lleva al límite la física del cuerpo humano y demuestra, una vez más, que las artes marciales son tan bellas como, si se tercia, letales.

Lo mejor: las coreografías de lucha.

Lo peor: no hay nada más.

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