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Relatos de Cine: El Limpiador (Capítulo II)

Relatos de cine: El limpiador

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Capítulo II

La Sección

Entre toda la basura de una Sociedad adicta a la tecnología, tan hueca por dentro como bonita por fuera, La Sección lo controlaba todo, incluso los movimientos del Silicio, dios tecnológico y amo de internet.

La Sección decidía cuántos niños tenía cada familia. La Sección decidía qué presidentes necesitaba cada uno de los siete estados, o qué virus mortal de turno controlaría la población en tal o cual lugar recóndito; La Sección hacía y deshacía en el planeta Tierra y las Colonias de Marte, cuna de la mano de obra barata y sin prejuicios, que tan pronto trabajaba fabricando clones de la élite (muy útiles a la hora de donar órganos, recibir balazos o zambullirse en depravadas prácticas sexuales) como formaba un ejército mercenario para reconquistar la Luna, en manos de la Confederación Africana… por el momento.

A falta de un ente superior y uniforme para todos los pobres diablos que habitaban la Tierra, La Sección tenía el único poder real: los destinos de todos cogidos por los huevos.

Y toda gran organización debía tener un líder. Uno capaz de atesorar todo el poder, sin discusiones ni disputas. Un cabrón con suerte, vaya.

Björn Ragnarsson (el cachondo adoptó un flamante nombre nuevo que acojonara al más pintado. Seguro que sus padres le dieron de alta en el perfil de Worldbook como Sven o algo así en el momento de su nacimiento, como mandaba la ley de identidad online mundial), un científico sueco que encontró la forma de controlar a los siete únicos Telekinéticos del planeta.

Si Ragnarsson quería, ellos morían, y el mundo se iba a la mierda.

Por tanto ¿qué coño iba a hacer Mia Wallace, flamante Presidenta de La Sección londinense, con los papeles que tenía entre manos?

No todos los días (qué coño, en sus 40 años de vida jamás había ocurrido) se encontraba un informe donde uno de los siete, El Limpiador, reunía a sus compañeros comecocos para vete a saber qué.

¿Por qué no habían funcionado los controles de los Comecocos?; ¿por qué no respondían los chips de vigilancia?; ¿por qué El Limpiador no había notificado sus movimientos a La Sección, como debía?; ¿por qué el informe llegaba de forma anónima, con tres fotografías digitales de los siete?

Y lo más importante ¿POR QUÉ COÑO HABÍA OCURRIDO EN SU ZONA, EN SU TURNO, EN SU PUTA CARA?

Relatos de cine: El limpiador

Mia Wallace sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Un metro setenta de pibón rubio convulsionándose como una adicta al polvo de hadas. En su ciudad, sabía hasta cuando cagaría un perro callejero, dos horas antes de que pensara hacerlo.

Sabía que Ragnarsson no tardaría en enterarse. Lo haría por ella, ya que el informe de situación era imposible de falsear y de envío obligatorio (era lo menos gracioso de tenerlo sincronizado con sus constantes vitales. Si el mandamás no lo aprobaba, su destino oscilaba entre la muerte y algo peor). Apenas 36 horas para enterarse de qué estaba pasando.

Desplegó el holotablero en su mesa de cristal pulido.

– Helen, localiza a Michaelson.

La voz de la joven al otro lado no tardó en llegar.

– Está en Marte, señora. Asuntos familiares.

– ¡Me importa una mierda, Helen! Que tome el primer vuelo hiperlumínico. Lo quiero aquí mañana a primera hora. Dile que venga preparado.

– ¿Preparado?- preguntó ella, aunque ya sabía para qué. La secretaria del diablo vestido de Zara debía ser diligente.

– Sí, guapita. Preparado. Lo que le espera no se lo deseo ni a mi suegra. A ver si se gana la millonada que le pagamos.

Mia se levantó. Su enorme despacho acristalado que ocupaba la vigésima planta, con vistas a Trafalgar Square, tan pretencioso como la organización para la que trabajaba, apenas le ofrecía consuelo.

Nada le salvaría de acabar muerta, en los suburbios de la Luna, lamiendo polos mejicanos o algo peor, si no ponía orden antes de que el sueco cabrón quisiera conocer el estado de sus todopoderosas marionetas.

‘Michaelson, espero que estés a la altura’.

(Fin del capítulo II)

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