Misisipi. Joe, un expresidiario que ha vivido siempre al límite, y Gary, un joven de quince años que desea huir de un hogar destruido por un padre alcohólico, se encuentran por casualidad y deciden elaborar un plan que podría suponer un gran cambio en sus vidas.
Vamos con una pregunta de Trivial: ¿recuerdan alguna película memorable de Nicolas Cage en el siglo XXI? No piensen demasiado: la respuesta es no.
Aunque Cage sea un todoterreno de dos películas al año (como mínimo), sólo los más viejos del lugar son capaces de recordar al actor de ‘Leaving Las Vegas’.
Pues bien, seguía ahí, esperando al rescate de David Gordon Green.
‘Joe’ no es una película fácil. Al igual que su prima hermana ‘Mud’, Green nos trae lo peor del sueño americano, en esos territorios sureños abandonados de la mano de Dios, donde el tiempo se detuvo en el peor momento y todo cuesta sudor y sangre.
Allí, las personas son de otra pasta: desencantados animales siempre al límite, atenazados por la perspectiva de un futuro cuya única constante es que no irá a mejor.
El Joe de Cage no es un santo. Como mucho es el mal menor, que consigue cierta redención intentado sacar del barrizal al chaval con padre alcohólico, fracasado y maltratador, y madre resignada a vivir un infierno.
Es tan opresivo el ambiente, tan realista y desolador, que en la segunda mitad de la película se convierte en el protagonista, desplazando al mejor Cage que hemos visto en veinte años. Sin muecas ni tupés raros: desnudo, contenido y descarnado.
‘Joe’ no es un filme para estómagos delicados ni adictos a los productos de multisalas. Su calidad cinematográfica es tan incuestionable como el odio y la violencia que destilan los personajes.
Un drama rural que no deben perderse, aunque lo sufran en el camino.
Lo mejor: Nicolas Cage y su joven compañero de reparto, Tye Sheridan.
Lo peor: la transformación final de Joe, apresurada y poco creíble.