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Capítulo IV
Los Siete
– ¿Que has hecho QUÉ?
Noche cerrada. El ruinoso hangar, situado a las afueras de Londres, estaba totalmente a oscuras. Solo los tenues haces de las pantallas de proyección de luz, que formaban un círculo alrededor de Los Siete, confundían a las sombras de la noche.
Brock no sabía qué contestar, al menos de forma simple, a la pregunta de Jacobo Linares, el Telekinético de la Confederación Ibérica.
En el centro de un círculo formado por sus seis compañeros, Brock lanzó una mirada penetrante a cada uno de ellos, buscando una respuesta empática: con su melena morena recogida en una coleta y la tez bañada por el sol de Andalucía, los ojos verdes de Jacobo Linares pedían respuestas; a su lado, Yun Sing Jao, de la Confederación Asiática, jugueteaba con los botones de la cremallera de su chaqueta de cuero. Sus ojos oscuros eran todo un misterio para Brock, al igual que el hecho de que un escuálido cuerpecito de apenas metro cincuenta sostuviera la mente más poderosa de todos ellos.
A su lado, como una montaña de ébano, Malik, de la Confederación Africana, fijaba la vista (hoy de ojos azules ¿por qué no?), a la compañera que tenía al lado, la todopoderosa Katia Yerkoba, de la Confederación Rusa, una imponente mujer rubia de metro ochenta, ojos azules y musculatura poderosa, que se dedicaba, por el momento, a devolverle la mirada envuelta en lujuria al titán Africano.
Nada podía extraer de Javier de Dios, el Telekinético de la Confederación Iberoamericana. Su atuendo de moderno clérigo, con sotana y capucha incluida, se veía desvirtuado por la cartuchera con una pistola de plasma a cada lado. No le hacían falta, pero le encantaba la teatralidad. Las gafas oscuras y los ojos con visión nocturna incluida al otro lado, formaban parte del Siete más misterioso, insondable, casi mítico, que vivía envuelto entre las sombras, recluido Dios (elijan uno) sabe dónde… hasta que le tocaba actuar
Por último, con dos robóticos guardaespaldas detrás y su curvilínea representante esperando fuera, la sonrisa perfecta de Andrew Star, el Telekinético de la Confederación Australiana, era todo divertimento.
Mientras que sus compañeros preferían la intimidad, Star vivía la vida como un superhéroe de cómic. Todo lo que hacía era público y notorio: salvar el mundo, rodar películas, vídeos living de autoauyda; su trisexualidad declarada; su afición por cualquier forma de placer y, en definitiva, cualquier cosa que conllevara hacerse notar.
Al no encontrar nada más que la sonrisa ensayada de Star, Brock respiró hondo. Tocaba convencer a los Dioses modernos del Planeta Tierra.
– Antes de nada, deciros que estoy proyectando una barrera telekinética a La Sección. Lo que creen que están grabando es solo nuestro encuentro, pero no podrán obtener nada más que eso. Se acojonarán. Saltarán las alarmas. Algún mandamás se meará en los pantalones, y desde luego la lupa estará sobre nosotros.
– Vamos, que estamos jodidos sin ni siquiera poner el culo- dijo Malik, divertido, dando un repaso de arriba a abajo a Yerkoba. Qué harían esa noche los dos no se le escaparía ni a una pitonisa de futuro a domicilio.
Brock continuó, mirando a cada compañero a medida que hablaba.
– Somos unos todopoderosos Perros. Sabéis bien que sin nosotros el mundo se iría a la mierda. Pero no hacemos el bien. Solo guardamos la basura, amenazándonos silenciosamente unos a otros, haciendo todo lo que La Sección dice que hagamos, por miedo a que el puto Ragnarsson nos liquide a todos. Nuestro poder termina y empieza con ese Sueco zumbado. Y, mientras tanto, nuestras Confederaciones se pudren en su interior, con la gente convertida en un rebaño muerto de miedo.
Yerkoba fue la primera en responder, no sin antes devolverle el repaso a Malik.
– ¿Y qué sugieres, Brock, que crucemos los dedos, que nos plantemos? Nosotros somos el mal menor. Si decidimos fomentar el libre albedrío y que nuestras Confederaciones decidan por sí mismas, La Sección no lo permitirá.
Si combatimos a Ragnarsson, quizás no nos liquide porque ni la evolución ni la genética ha parido más como nosotros. Pero tampoco nos dejará en paz. Irá a por todo lo que nos importa, sin piedad. Si contraatacamos, nos matará, y entonces ¿qué vendrá después?
– ¿Queréis responder a esa pregunta, amiguitos?- Andrew Star continuó, gesticulando de forma seductora, como una auténtica estrella. – Ahora hay Paz, Brock. No la que nos gustaría, pero la hay. Y cierta prosperidad. Las Guerras que casi acaban con esta pelota azul de mierda están en los libros de historia. ¿Que no es perfecto? Pues no pero ¿qué coño lo es? ¿Tú lo sabes, figura?
Los demás asintieron. Esta conversación no iba por el buen camino. Menos mal que guardaba un As en la manga.
– Bien- prosiguió Brock, con voz afectada- supongamos por un momento que la mejor solución es seguir como hasta ahora. Para nosotros es estupendo, claro, somos los que manejamos el cotarro. Podemos bajar unas bragas o provocar una explosión nuclear con la mente ¿qué cojones nos importan los demás?
Bingo. Había captado su atención. Hizo una breve pausa, pensando cada palabra que vendría a continuación.
– Hace poco me contaron una historia. Una aventura, si lo preferís. Hablaba de una mujer salvaje que encontraron en un pueblo perdido de la Tundra Alemana. Iba desnuda, desnutrida, animal. Unos hombres la encontraron y claro, ninguno de nosotros estaba por allí. ¿Qué creéis que pasó?
Javier de Dios se quitó las gafas, muy despacio. El muy idiota seguía enganchado a la arqueología televisiva en el Convento. Ahora le había dado por un payaso llamado Horatio Caine, y sus ademanes de chulo piscinas.
– La respuesta correcta es- dijo, como si acabara de descubrir la partícula de Dios- los cabrones la violaron.
Brock asintió, impasible. Ahora que les tenía donde quería, era el momento de colar el McGuffin.
– Dos días después, la dama… tuvo un hijo.
Los gestos de sorpresa animaron a Brock a continuar.
– Desde el nacimiento, nada más se supo, hasta hace unos meses. Fenómenos extraños se sucedían en todas partes: un pequeño Tsunami sin explicación en las costas Australianas, un Asteroide hecho trizas de repente sobre espacio aéreo Ruso; un pico de tensión salido de las fosas abisales ; lluvia invertida en el Desierto de Gobi… Nada tan preocupante como para alertarnos, pero tampoco para que ciertas… personas estuvieran muy atentas, lejos del gran ojo de La Sección.
– ¿Estás diciendo que esa leyenda, la puta gestación milagrosa y estos acontecimientos revelan la presencia de otro… como nosotros?- la voz de Andrew Star vacilaba, muy raro en alguien acostumbrado al estrellato.
– Muy bien Andrew, veo que el estrellato no te ha frito el cerebro. Uno como nosotros, sin fichar.
Ahora sí. Tenía a la audiencia a sus pies.
Star, ansioso, preguntó con voz solemne.
– ¿Por qué nos cuentas esto, Brock?; ¿qué quieres hacer?
Llevaba esperando la pregunta directa desde que la Hermana Norah le ayudó a encontrar su destino.
– Vamos a proteger al niño. Porque hay, además, un pequeño detalle que no os he contado… han conseguido hallar el origen genético de su poder.
Esperó un par de segundos. Nadie respondió, al menos verbalmente. La voz de Yun Sing Jao irrumpió en su mente y la de sus compañeros.
– ‘Si tenemos el origen de su poder, podemos determinar el nuestro. Podemos anularlo, potenciarlo, insertarlo en otros… podemos hacer lo que queramos’.
– Sí, Yun – respondió Brock- incluyendo destruir La Sección y dejar que cada uno tome sus propias decisiones. ¿Qué me decís, Dioses… estáis conmigo?
(Fin del capítulo IV).