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‘Dos tontos todavía más tontos’: el tiempo no pasa en balde

Póster de Dos tontos todavía más tontos

Póster de Dos tontos todavía más tontos

Han pasado ya veinte años desde que Harry y Lloyd se conocieran y formaran el divertido dúo que nos hizo reír con sus disparatadas ocurrencias, pero ninguno de los dos parece haber madurado. Harry tiene una hija a la que apenas conoce, y necesitando un trasplante de riñón, intenta localizarla para pedirle que le done uno de los suyos.

Los hermanos Peter y Bobby Farrelly revolucionaron la Comedia de los años 90 con, creando una Escuela que ha sido homenajeada, copiada y caricaturizada desde entonces.

20 años después de ‘Dos tontos muy tontos’ una de las Comedias más divertidas, irreverentes, casposas y chabacanas que se recuerdan, que catapultó al estrellato a Jim Carrey y convirtió a Lloyd y Harry en el primer recuerdo colectivo que viene a la memoria cuando pensamos en ‘papanatas cinematográficos modernos’, aterriza su secuela, donde se aplica a rajatabla la máxima del título: estos dos están, todavía, más tontos.

En primer lugar, los fans de los Farrelly y Carrey (el rey indiscutible de la Stand-up Comedy) están de enhorabuena: ‘Dos tontos todavía más tontos’ exprime al máximo las capacidades cómicas del actor, que quiere dar al público una segunda aventura a la altura de la original.

Quizás el poderoso caballero don Dinero ha hecho que Harry y Lloyd se reúnan de nuevo, como revulsivo para las carreras de dos actores que han conocido tiempos mejores. Las razones son lo de menos: cuando los gags funcionan (por desgracia, no son todos), lo hacen a la perfección.

Hay suficientes momentazos en la película (el Congreso científico, la Residencia de Ancianos, los padres asiáticos de Harry, el gato, la broma universal como motor de la trama…) que justifican la tardía secuela, aunque ésta adolezca del paso del tiempo y de la evolución del género en las últimas dos décadas.

Si ‘Dos tontos todavía más tontos’ se hubiera estrenado con el mismo planteamiento a finales de los 90, probablemente el veredicto sería idéntico al de la primera entrega.

Sin embargo, las tonterías de estos dos papanatas pueden resultar inocuas para el espectador de hoy, que está a vueltas de todo y cada vez es más difícil de contentar. La también excesiva duración de la cinta (casi dos horas de metraje al que le sobran 30 minutos) provoca que en ocasiones se nos escape una mirada al reloj, deseando que se concrete el asunto.

Una película para incondicionales de los Farrelly y el genio chorra de un Carrey que demuestra que el que tuvo, retuvo.

Lo mejor: Jim Carrey y la irreconocible Kathleen Turner.

Lo peor: llega 12 ó 13 años tarde.

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