Después de haber recuperado el reino del Dragón Smaug, la Compañía ha desencadenado, sin querer, una potencia maligna. Un Smaug enfurecido vuela hacia la Ciudad del Lago para acabar con cualquier resto de vida. Obsesionado sobre todo con el reino recuperado, Thorin sacrifica la amistad y el honor para mantenerlo mientras que Bilbo intenta frenéticamente hacerle ver la razón por la que el hobbit toma una decisión desesperada y peligrosa. Pero hay aún mayores peligros por delante. Sin la ayuda aparente del mago Gandalf, su gran enemigo Sauron ha enviado legiones de orcos hacia la Montaña Solitaria en un ataque furtivo. Cuando la oscuridad se cierna sobre ellos, las razas de los Enanos, Elfos y Hombres deben decidir si unirse o ser destruidos. Bilbo se encontrará así en la batalla épica de los Cinco Ejércitos, donde el futuro de la Tierra Media está en juego.
Los detractores de Peter Jackson encontrarán en ‘El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos’, razones para cuestionar la necesidad de una tercera entrega de esta Trilogía que pone punto y final a las andanzas del Neozelandés por la Tierra Media.
Si en las dos primeras entregas Jackson supo capear el temporal, lidiar con la titánica tarea de dar calado a un libro infantil y dotar de un sustrato dramático a los personajes más allá del entramado digital, en ‘El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos’, el director (probablemente sabedor de que le falta libreto para 144 minutos de metraje), se dedica a derretirnos las retinas con un apabullante despliegue donde el 3d cobra especial protagonismo.
Si creyeron ver suficientes Orcos en ‘Las Dos Torres’ y ‘El Retorno del Rey’, estaban muy equivocados. En torno al Reino Enano de Ereborn se reúne toda la maldad de la Tierra Media, además de una armada de Elfos, Enanos, Hombres, Gusanos, Águilas y todos los animales fantásticos que puedan imaginar. El título de la película está más que justificado.
Sin embargo, es innegable que Jackson ha sacrificado a casi todos los personajes principales en favor del subidón batallesco: Smaug desaparece en un suspiro; Thorin se debate entre la locura y la cordura con inusitada rapidez; Gandalf, Galadriel, Saruman, Radagast , Elrond y (sobre todo) el circense Legolas tiran de heroicidades, líneas grandilocuentes y las mil y una formas de acabar con los malos.
La poca entidad dramática de la película tiene nombre propio: Martin Freeman, que sigue aportando matices y naturalidad a Bilbo Bolsón. Él encarna el espíritu de las tres primera entregas y, por sí solo, dota de un sentido final a la hexalogía cinematográfica basada en la obra de Tolkien.
Apabullante en lo visual, virtuosa en lo técnico… Pero fallida en el sense of wonder que todos esperábamos (y Jackson nos debía) del capítulo final.
Lo mejor: Martin Freeman y su innegable poderío visual.
Lo peor: los principales damnificados son los personajes.