Maggie (Melissa McCarthy) es una madre separada que se muda a Brooklyn con su hijo de doce años, Oliver (Jaeden Lieberher). Al tener que trabajar muchas horas, no le queda más opción que dejar a Oliver al cargo de su nuevo vecino, Vincent (Bill Murray), un jubilado cascarrabias aficionado al alcohol y a las apuestas. Pronto, una peculiar amistad florece entre esta improbable pareja. Junto a una stripper embarazada llamada Daka (Naomi Watts), Vincent conduce a Oliver por todas las paradas que conforman su rutina diaria: las carreras de caballos, el club de striptease, y su bar habitual. Pero mientras Vincent cree que ayuda a Oliver a hacerse un hombre, Oliver comienza a ver en Vincent algo que nadie más ve: Un hombre incomprendido de buen corazón.
Recuerda a ‘Gran Torino’, un vecino huraño y gruñón que no quiere saber de nadie, pero se instalan unos nuevos vecinos y le revolucionan la vida. Los nuevos son una madre recién separada con un hijo adorable que rápidamente busca el acercamiento a Vincent.
Vincent tiene ciertos vicios como el alcohol y las apuestas, es mal educado pero muy sincero, no tiene una vida fácil, pero comienza a ser la niñera del nuevo vecino y junto a él disfruta de grandes momentos, algunos muy felices que nos harán reír y otros más dramáticos. Una gran interpretación de Bill Murray en un papel con muchos matices.
El film nos da una lección muy importante, nunca hay que juzgar a las personas por la primera impresión o por su carácter ya que muchas veces debajo de esas personas que nos pueden resultar un poco desagradables hay un gran corazón. También se habla de dos enfermedades que desgraciadamente muchos conocemos de primera mano ya que cada día son más comunes.
La historia tiene muy buen ritmo, la hora y media se pasa volando, el final pone la guinda a un pastel muy cuidado y bien elaborado aunque peque de ir a la lágrima fácil.
Lo mejor: los momentos de Oliver y Vincent y la interpretación de Bill Murray.
Lo peor: el sentimentalismo fácil.
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