Thomas (Dylan O’Brien) y el resto de clarianos tendrán que enfrentarse a su mayor desafío hasta el momento: buscar pistas sobre la misteriosa y poderosa organización conocida como CRUEL. Este viaje les llevará a “La Quemadura”, un apocalíptico lugar repleto de inimaginables obstáculos. Formando equipo con miembros de la resistencia, los clarianos deberán desenmascarar a las fuerzas superiores de CRUEL y averiguar qué planes tienen para todos.
En el (ya cansino, salvo contadas excepciones) mundo de las distopías cinematográficas adolescentes, ‘El corredor el laberinto’ supuso un sorprendente soplo de aire fresco. Poco se esperaba de ella, pero las aventuras de Thomas y los Clarianos en su huida del laberinto resultaron el mejor de inicio reciente de una franquicia desde ‘Los juegos del hambre’.
Lo que lleva a preguntarme ¿qué diantres ha ocurrido?
No hay un solo pero al impecable acabado; tampoco a la acción, planificada y ejecutada con ritmo por Wes Ball. Los personajes, igualmente, se desarrollan descubriendo su pasado mientras combaten a la implacable CRUEL sin salirse del tiesto.
Sin embargo, a medida que avanza la historia nuestra atención decrece, perdido ya el elemento sorpresa de un escenario hipnótico y salvaje como el laberinto, en (flaco) favor de un desierto apocalíptico conocido como ‘La Quemadura’, repleto de seres peligrosos, maldad y todo ese bla bla bla propio del género, donde Ball se revela incapaz de introducir un solo elemento innovador.
Thomas y su pandilla están fuera de lugar. Lo suyo era el laberinto, la incertidumbre, el frenesí, el continuo y letal peligro.
La historia se crecía entre aquellos pasillos salvajes repletos de bichos extremadamente peligrosos. Aquí, no hay elementos dramáticos importantes, ni nuevos personajes o giros de guión que nos interesen, sorprendan ni (y esto es lo peor) emocionen lo más mínimo.
Siempre iremos un paso por delante de los acontecimientos, aunque éstos corran como el viento. El Thomas de ‘El corredor del laberinto’ y sus compañeros, tenían matices, motivaciones, pasión y propensión a la imprevisibilidad; los de ‘Las pruebas’ lo hemos visto mil veces con otros nombres: Katniss Everdeen, Beatrice Prior, Cuatro…
Perdida la innovación laberíntica, solo nos queda sufrir una secuela entretenida pero tan vacía que, frente a la primera, corrobora de punta a cabo aquel axioma del Séptimo Arte que todos conocemos y (muy a nuestro pesar) casi siempre se cumple: segundas partes nunca fueron buenas.
Menos correr como pollo sin cabeza, enfrentarse a peligros imposibles sin magullarse, perderse en improbables raves con estética de cierto show de la AMC… y más pararse a pensar qué clase de cinta quieren entregar para cerrar la saga.
Si es como ésta, que me devuelvan al Laberinto, con amnesia, arañas, huertos ecológicos, rituales hippies y lo que haga falta.
Lo mejor: la cuidada factura.
Lo peor: la esencia de la primera se pierde en el olvido.