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‘Yo, él y Raquel (Me and Earl and the dying girl)’: sorprendentemente vital

'Yo, él y Raquel (Me and Earl and the dying girl)'

Greg está pasando el último año del instituto de la forma más anónima posible, evitando las interacciones sociales, mientras secretamente hace extrañas películas con Earl, su único amigo. Pero todo comenzará a cambiar cuando su madre le obliga a hacerse amigo de una compañera de clase con leucemia.

Alguno de los responsables de adaptar los títulos de películas al castellano más valdría como guionista dada la creatividad y el surrealista sentido que demuestran. Solo así se explica que ‘Me and Earl and the diying girl’ se convierta en ‘Yo, él y Raquel’: de un título propio de Sundance pasamos a una comedia propia de Jennifer Aniston o Kate Hudson. Rimas estúpidas aparte, no debemos dejar que los árboles nos impidan ver el bosque y es que ‘Me and Earl and the dying girl’ (me niego a usar el título español) es una saludablemente alocada, surrealista y tétricamente tierna comedia. A pesar de lo negro de la premisa y de lo irreal del desarrollo, el film tiene el peligro de provocar unas insondables ganas de vivir.

Nos encontramos en un instituto, escenario habitual y casi tópico de las comedias juveniles del mainstream norteamericano y, sin embargo, la cámara de Gómez-Rejón nos lleva por un itinerario plagado de frikis, gafapastas y góticos. Guiándonos por esta selva irremediablemente divertida encontramos a nuestro protagonista, hijo de un hogar que tiende a lo disfuncional, tratando de poner lógica a su vida a través de lo único que conoce: el absurdo. Gómez-Rejón se permite así una crítica al conjunto de la sociedad contemporánea sin que nada escape a sus certeros disparos.

Y la redención a tanto Warner Herzog y David Lynch llega de la insospechada mano de una amistad impuesta a la fuerza ante la innegable rotundidad del cáncer. Rachel se convierte para Greg en un clavo ardiendo al que agarrarse en el torbellino de su vida. Él se convierte para ella en un motivo para seguir sonriendo un día más. Sin que el público lo imagine y quizás sin que él mismo lo planeara, el realizador nos ofrece una singular y arrolladora historia de amor. Sin besos, sin te quieros y sin sexo. Pero amor al fin y al cabo.

Este director novel que pronto pondrá sus miras en objetivos más altos ha conseguido con esta película deliberadamente pequeña la aparente cuadratura del círculo. Una historia sobre la muerte que canta a la vida. Una historia de solitarios perdedores que reverencia al amor. Una agradable sorpresa, la verdad.

Lo mejor: Su surrealista sensación de ternura.

Lo peor: Su (excesiva) pretensión de resultar diferente.

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