Usando tecnología alienígena recuperada de la última invasión, las naciones de la Tierra han colaborado para crear un programa de defensa que proteja todo el planeta. Sin embargo, nada puede prepararnos para la fuerza increíblemente avanzada y sin precedentes que utilizarán los extraterrestres esta vez. Sólo el heroísmo de unos cuantos valientes pueden salvar a la Humanidad de la extinción.
En estos años de revival hollywoodense, era sólo cuestión de tiempo que Roland Emmerich retomara uno de sus mayores éxitos cinematográficos, devolviendo ‘Independence Day’ a la vida dos décadas después.
En su afán por rizar el rizo de la destrucción, ‘Independence Day: contraataque’ posee todos los elementos del Blockbuster veraniego contemporáneo y los propios de la secuela al uso: enemigos más grandes, desafíos más grandes, destrucción superlativa y la atribulada raza humana mordiendo el polvo ante la armada alienígena.
Como orgía de aniquilación, la cinta cumple con creces.
Los aseados efectos digitales (por suerte, también los hay físicos) pasan con nota, convirtiendo la debacle de la primera entrega en un paseo por el parque. El cineasta alemán sabe planificar y ejecutar masivas escenas de acción.
El problema es ¿qué hacemos cuando no estamos rompiendo algo?
Pese a algunos conceptos, referencias e ideas (prestadas, eso sí) interesantes de la ciencia-ficción, y cierto trasfondo político-social, la secuela fracasa donde triunfó la original.
El irremplazable carisma de Will Smith brilla por su ausencia en el descafeinado tándem Jessie Usher/Liam Hemsworth.
El humor gamberro de la primera se intenta calcar aquí, pero carente de ingenio y deambulando (a menudo sobrepasando) la fina línea del absurdo mononeuronal.
Los viejos personajes lucen cansados, caducos, como si la cosa no fuera con ellos y ésta aventura llegara veinte años tarde; los nuevos fichajes, planísimos, son meros bustos parlantes carentes de alma.
Cierto es que ‘Independence Day: contraataque’ se ríe abiertamente de sí misma, sus oportunistas circunstancias y los tópicos del género (cada línea que suelta Jeff Goldblum escupe mala baba), pero la dejadez es tan grande que la mofa provoca el efecto contrario (hastío), al buscado.
Cuando todo arde bajo el fuego enemigo, la diversión está asegurada.
Cuando Emmerich pretende dotar de trasfondo las relaciones y destinos de unos maniquíes, miramos el reloj, pidiendo al árbitro la hora.
El abrupto final deja claro que la locura se expanderá si la señora taquilla lo permite.
Así que, un consejo para la siguiente, ‘Terminator Germano’: si no va a trabajarse los personajes, mejor que hablen poco, maten mucho… y mueran más.
Lo mejor: el despliegue visual y la evidente autoparodia.
Lo peor: los ‘personajes’ y sus ‘motivaciones’.