La cinta trata sobre una salchicha que lidera a un grupo de productos del supermercado en su búsqueda por encontrar la verdad sobre su existencia, y lo que ocurre tras ser elegidos para abandonar la tienda de alimentos.
Con Evan Goldberg, Kyle Hunter, Seth Rogen y Ariel Shaffir en el guion, Alan Menken en la banda sonora y Conrad Vernon codirigiendo, ‘La fiesta de las salchichas’, acumula los suficientes créditos artísticos para articular un espectáculo de altura.
En esta ocasión, la película responde a las expectativas, desplegando una aventura bien animada y colorista, cuya factura no tiene nada que envidiar a otras producciones digitales de Hollywood.
Pero lo realmente importante está más allá del envoltorio.
La cinta rezuma mala leche, irreverencia, sátira, referencias sexuales variadas, lubricante, crítica social, teología, metafísica… una ingente cantidad de motivos que invitan a la reflexión sobre las bases de nuestras creencias, valores y miedos.
Si, además, nos partimos de risa gracias a estos alimentos cachondos (literalmente) y su obsceno y explícito viaje de descubrimiento más allá del supermercado, que no tiene miedo de ofender, violentar y huir de lo políticamente correcto, la fiesta cinematográfica está servida.
Los que no sepan reírse de sí mismos y rebosen sectarios prejuicios, la odiarán al instante, pues provocar indiferencia en el espectador no está entre sus objetivos.
‘La fiesta de las salchichas’ es un hilarante espejo que refleja todas las taras del blandito Occidente; un reflejo sin retocar, sin matizar nuestro lado indolente que tanto nos gusta alimentar, ese que dice ‘tranquilo, todo está bien, los malos son siempre otros’.
Esta lectura moderna, drogada, salvaje, deslenguada y brillante de la ‘Rebelión en la Granja’ del maestro Orwell, pide que la vean con los brazos (y los ojos, y las orejas) abiertos.
Lo mejor: el gran discurso complementa a los acertados chistes.
Lo peor: que la miren con prejuicios.