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‘T2. Trainspotting’: la resaca de la vida

Póster en español de T2: Trainspotting destacada

Póster en español de T2: Trainspotting

Primero hubo una oportunidad… después una traición.

Han pasado 20 años.

Muchas cosas han cambiado, pero otras muchas siguen igual.

Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve al único sitio que considera su “casa”.

Allí le esperan: Spud (Ewen Bremner), Sick Boy (Jonny Lee Miller), y Begbie (Robert Carlyle).

Otros viejos amigos también le esperan: pena, fracaso, alegría, venganza, odio, amistad, amor, deseo, miedo, remordimiento, diamorfina, autodestrucción y peligro mortal, todos ellos alineados para darle la bienvenida, preparados para unirse al baile.

Es sencillo afirmar, sin miedo a equivocarse, que ‘Trainspotting’ es la película más importante e influyente de la interesante filmografía de Danny Boyle. También que catapultó a la fama a Ewan McGregor y creó una suerte de icono cinematográfico que, 20 años después, conserva intacto su frescura y calado.

Lo mejor que se puede decir de ‘T2: Trainspotting’, es que no arruina el legado de su ilustre predecesora, retomando con honor los destinos de este grupo de miserables en la gran pantalla, aprovechando la madurez de todos y cada uno de los actores que les insuflaron vida.

McGregor, Lee Miller, Bremner y Carlyle han crecido, y sus alter ego también.

Hagámonos una pregunta: ¿nuestra percepción de la realidad es la misma, conforme pasan los años? En condiciones normales, solo hay una respuesta posible: no.

‘T2: Trainspotting’, es lo que debe ser, con 20 años de diferencia. La juerga sigue ahí, la irreverencia sigue ahí; el genio sigue ahí; la reivindicación, el análisis social, la hipérbole visual… Todo sigue ahí.

Pero igual que nuestra sudadera favorita siendo chavales ya no nos parece tan chula, la cinta de Boyle no apabulla como la primera, al sustituir la flipada ingenuidad por absoluto (y consciente) desengaño.

¿Esto es necesariamente malo? En absoluto.

Gracias a las dos décadas de diferencia, la segunda puede presumir de un acabado impecable, varias escenas para el recuerdo (el Karaoke en el pub, el discurso de Renton con Veronika, cada escena donde Robert Carlyle explota su genio), y un reparto entonado donde todos tienen el control.

La sensación de que el tiempo pasado fue mejor es innegable, pero también lo es esto: aún se tienen cosas que decir, si al otro lado escuchan con el oído adecuado, matizado por el imperturbable pasar de los años.

Sería una necedad esperar el impacto brutal de la primera entrega. Esperar que el tiempo se hubiera detenido, sin afectarnos a todos (espectadores, críticos, cineastas, actores, guionistas) por el camino.
‘Trainspotting’ era un diamante en bruto. Aquí, Boyle y los suyos, lo pulen como se merece.

¿Mejor, igual, peor? Si a veces cuesta ser el mismo de un día para otro, imaginen en 20 años.

Invadidos por la secuelitis vacía de contenido, la obra de Boyle es dignísima.

Los que amaron la primera, y hace tiempo que cambiaron litrona por gin-tonic, no se verán defraudados.

Lo mejor: se nota el oficio y madurez de todos los implicados.

Lo peor: exactamente lo mismo.

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