Film ambientado durante los disturbios raciales que sacudieron la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, en julio de 1967. Todo comenzó con una redada de la policía en un bar nocturno sin licencia, que acabó convirtiéndose en una de las revueltas civiles más violentas de los Estados Unidos.
A las personas normales, nos cuesta asimilar el odio irracional.
Un sentimiento destructivo y poderoso, capaz de sumirnos en la oscuridad y alumbrar lo peor del ser humano.
En ‘Detroit’, esa fuerza de la naturaleza cinematográfica llamada Kathryn Bigelow, firma una obra implacable basada en hechos reales, con la segregación racial en un momento de máxima tensión que, cómo no, explotó con terroríficos enfrentamientos entre la asolada población de color y los sectores xenófobos de las fuerzas del orden.
Con su envidiable control de la puesta en escena, Bigelow nos sumerge sin piedad en la lucha por la supervivencia de una comunidad azotada por la implacable policía, que deja de lado cualquier procedimiento e investigación reglada, para dar rienda suelta al odio ciego del que lleva el prejuicio por bandera, y el infausto papel de juez, jurado y verdugo como forma de vida.
‘Detroit’ no se para a oler las flores.
Desde el primer minuto nos sacude y revuelve, buscando que suframos la constante tensión de las víctimas, entendiendo así el calvario de la segregación racial y la titánica labor de luchar por los derechos civiles básicos, en un contexto donde se es señalado y perseguido sólo por el color de la piel.
Como viaje visceral, la cinta no tiene precio, y su visionado es obligado para recordarnos los errores cometidos y tristemente repetidos en el pasado, presente y futuro de nuestra existencia.
Nunca está de más (siempre de menos), que nos recuerden la clase de mierda que podemos llegar a ser.
No obstante, hay un pero que me impide hablar de obra maestra: Bigelow se entrega tanto a que sintamos el calvario, que obvia el desarrollo de los personajes del lado verdugo, desaprovechando así el filón de mostrar las motivaciones de unos energúmenos que, aún equivocadas, merecen ser desgranadas para que la lección sea fuerte… y duradera.
Con todo, ‘Detroit’ se corona por derecho propio como el estreno de la semana, y reivindica a Bigelow entre lo mejor del Hollywood sin pelos en la lengua, y peso de cara a los Oscar.
Bienvenidos a lo peor de nosotros mismos. Pasen y vean.
Lo mejor: una odisea sin paradas, desprovista de piedad.
Lo peor: los malos son absolutos, sin el desarrollo y motivaciones necesarias para que el mensaje cale como debe.