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‘Operación Concha’, pillastres de andar por casa

cr_17_operacionconchaMarcos Ruiz de Aldazábal, un empresario sin escrúpulos, lidera una productora de cine que ha caído en bancarrota. Desesperado y sin dinero, Marcos y su equipo trazan un plan para engañar a una inversora millonaria con un doble del prestigioso actor Ray Silvela, quien ha rechazado trabajar en su película. Aprovechando el contexto del Festival de Cine San Sebastián, empieza la gran estafa donde nada es lo que parece.

Tras su paso por el prestigioso Festival de San Sebastián, el onubense Antonio Cuadri ha tirado de su mejor legado televisivo para dirigir ‘Operación Concha’.

Por su título se deduce fácilmente que pretende homenajear no sólo al afamado festival internacional, sino también tanto a la propia ciudad que lo acoge y fomenta, como a su entorno turístico. Este es el principal reclamo de la comedia que satiriza y ridiculiza el mundillo de la producción cinematográfica.

Para ello se vale de los mejores ingredientes. Si ya desde el principio prometedor se deja caer un Fernando Colomo sumido en el caos de la dirección, en seguida acude Karra Elejalde a la llamada en el rol del productor histriónico empeñado hasta el bisoñé.

Jordi Mollà, manteniendo la compostura entre postizos y pelucas varias, hace un genial doblete interpretativo a base de acentos de Huelva (en concreto de la misma localidad que el poeta de «Platero y yo»), y de La Habana.

Unax Ugalde tiene el papel más lúcido de cuantos se presentan como director de cine marioneta que baila al son que le ordenan. Compañero de fatigas a la producción es también Ramón Agirre, enfrascado más en la melancolía que en tiempos prósperos que no parecen llegar.

En la parte femenina, destacan las interpretaciones de Bárbara Goenaga, compinche de correrías, la uruguaya Bárbara Mori y la mexicana Mara Escalante.

‘Operación Concha’ parece más recién salida del famoso programa humorístico de la ETB «Vaya semanita», que de la producción hispano-mexicana que pretende homenajear el entorno cinematográfico, eso sí, lleno de mentirosos, embaucadores, estafadores y traidores, del séptimo arte.

Como comedia es amena, aunque un tanto regida por clichés demasiado televisivos. Ejemplo de ello es el exceso de música que acompaña desmesuradamente la narración visual. Llega un momento en que hasta parece que le faltan las socorridas risas enlatadas. Y ello se debe a un guion irregular que no termina de canalizar todo el potencial de la historia.

Este my fair lady donostiarra, se parodia a sí mismo, justificándose con un argumento que no llega a levantar el vuelo, sobre la supuesta avaricia del mundillo del cine, pasando por alto que tiene un escenario repleto de posibilidades para contar en tono de comedia mucho más completo.

Seguro que si alguien irrumpe en medio del Zinemaldia real bajo el pretexto de que van a rodar un homenaje al mismo, el público encantado aguanta en sus butacas con tal de obtener su minuto de gloria. Y la crítica también, aunque es posible que alguien termine gritando la misma blasfemia que suelta Karra Elejallde en su papel «me cago en Bergman».

Por lo menos, si a alguien se le ocurre una siguiente entrega, quedará el recurso de desarrollar «Zalacaín el aventurero».

Lo mejor: Jordi Mollà y sus acentos.

Lo peor: que no se haya aprovechado lo suficiente tanto el guion como el entorno cinematográfico donde se desarrolla, en esta comedia inflada y sin demasiado contenido.

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