Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto largamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar una búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años.
A todos los que creen que ‘Blade Runner’ y su condición fundacional son intocables e inimitables, tendrán que replantearse su discurso tras empaparse de la secuela que nos ocupa.
Denis Villeneuve, el cineasta más interesante de los últimos años, demuestra su capacidad para continuar la historia con elegancia, homenajeando los puntos fuertes de la primera, arreglando los débiles y construyendo, al final, una película que es a la vez digna continuación, e inteligente (e inteligible) novedad adaptada a nuestros tiempos.
¡Y menuda novedad!.
Su apabullante y exquisito despliegue visual nos atrapa desde el primer momento, adornando la pausada (como no podía, ni debía, ser de otra manera) narración que fluye sin prisa pero sin pausa, introduciendo los nuevos personajes que brillan gracias al oficio actoral, la dirección y un libreto sin fisuras.
La naturaleza del alma, la búsqueda de la identidad, los lazos que unen y el sacrificio están muy presentes durante todo el metraje, brillando especialmente con el mejor Gosling (y su agente K) hasta la fecha, la bella relación que establece con la IA Joi (Ana de Armas) y, cómo no, el triunfal retorno de Harrison Ford.
30 años después, Rick Deckard ha madurado, azotado por los avatares del destino. Ford es aquí más actor que estrella, más hombre que icono. Más emoción que pose. Indudable es su excelente estado de forma (también dramático), en una legendaria carrera que parece no tener techo.
Entre los secundarios, brillan las interpretaciones de Dave Bautista (el que ha visto un verdadero milagro que rivaliza con los que narró Roy Batty en su mítico discurso), Robin Wright, Sylvia Hoeks, un fugaz Edward James Olmos y, contenido por fin, Jared Leto.
Son muchos los aspectos (obviando, evidentemente, los técnicos), en los que 2049 supera al original: el montaje es excelente, hilando muy fino entre guiños, easter eggs, simbolismos y novedades en la trama.
Todos y cada uno de los personajes reciben el mimo y desarrollo suficientes como para resultar imprescindibles en la cuadratura del círculo, con especial atención a la ya mencionada Joi de Ana de Armas frente a la inolvidable (pero inferior) Rachael.
En cuanto al protagonista, el atribulado K es mucho más que un remedo joven de Deckard, y no se entendería la película sin su progresión y concurso. Ryan Gosling hace suyo el personaje, y convierte su búsqueda en la nuestra, implicándonos en su viaje.
Igual que ‘Blade Runner’ supuso un nuevo paradigma en el cine de género, encumbrando a Ridley Scott, la que nos ocupa reivindica una vez más que Denis Villeneuve tiene cuerda para rato, y lecciones que impartir sobre cómo pulir el mensaje de la icónica obra real (que pierde enteros en los revisionados), frente a la conservada en nuestra siempre tramposa memoria.
Villeneuve da un golpe en la mesa con una muestra de puro cine.
Para entender la totalidad del legado Runner, ambas películas (y los interesantes cortometrajes sacados para la ocasión) deberían verse como un todo. Sólo así vislumbraremos la magnitud y el calado que el Scott de antes y el director de ‘La llegada’, han alcanzado para regocijo del cine con mayúsculas.
Lo mejor: en lo importante, es superior a su insigne predecesora.
Lo peor: para disfrutarla de pleno, hay que abrazar su pausada narración, sin peros que valgan.