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‘La librería’ y el coraje literario

A finales de los años 50 Florence Green decide hacer realidad uno de sus mayores sueños: abandonar Londres y abrir una pequeña librería en un pueblo de la costa británica. Pero para su sorpresa, esta decisión desatará todo tipo de reacciones entre los habitantes de la localidad.

«Cuando leemos una historia la habitamos», es el lema elegido tanto por la escritora de la novela, Penelope Fitzgerald, como por Isabel Coixet (‘Nadie quiere la noche’, ‘La vida secreta de las palabras’, ‘Mi vida sin mí), quien la adapta con excelente precisión y la dirige minuciosamente en su versión cinematográfica.

‘La librería’ habla de esas dos tipologías de personas. Por un lado, de quienes se pierden en su soledad entre las miles de palabras y sentimientos que puede portar un libro. Y por el contrario, también perfila esas personas que se duermen en el segundo párrafo. En la actualidad se podría añadir un nuevo grupo que prefiere esperar a que salga la película basada en la novela antes que desperdiciar todo ese tiempo en imaginar, vivir, evadirse o sentir lo que el creador literario pretende transmitir.

Pero sobre todo, ‘La librería’ es un canto al coraje. Al coraje de una mujer por llevar adelante su sueño, y al coraje de enfrentarse con mucho valor a los convencionalismos y actitudes caprichosas de mentes cerradas que solo saben manipular a sus conciudadanos a modo de títeres.

Emily Mortimer (‘La invención de Hugo’, ‘Shutter Island’, ‘Match Point’), no solo representa ese obstinado coraje a la hora de llevar a cabo su sueño, sino que además lo sabe transmitir. Así, entabla una magnífica relación epistolar con el huraño personaje de Bill Nighy (‘Su mejor historia’, las dos entregas de ‘El exótico Hotel Marigold’, ‘Love Actually’), quien despierta de su letargo y exilio voluntario gracias a su amistad.

La representación de los personajes enmohecidos viene de la mano de Patricia Clarkson (saga de ‘El corredor del Laberinto’, ‘Aprendiendo a conducir’, ‘Elegy’), que es la personificación de toda falsa moral.

Es una perfecta combinación de delicadeza, coraje y ambición, a cargo de sus tres protagonistas principales, que nos transporta a una pequeña localidad costera de Hardborough de mitad del siglo pasado, donde se cuida hasta el más mínimo detalle en su ambiente y producción.

Destaca la delicadeza del violín e instrumentos de cuerda en la música de Alfonso de Vilallonga (‘Abracadabra’, ‘Blancanieves’, ‘Mi vida sin mí’), acompañando las imágenes y aportando sentimientos con precisión.

‘La librería’ incita a leer con pasión, a descubrir la felicidad entre libros, a admirar el oficio de ser librero, a transmitirlo a las nuevas generaciones. Pero también es una descripción costumbrista de esas pequeñas poblaciones sin intimidad, habitadas por gentes muy distantes pero a la vez intrusivas.

También se describen acontecimientos como la publicación de «Lolita» de Nabokov y sus estragos revolucionarios en dicho pueblecito, y se critica con gran ironía que «entender hace a la gente perezosa» a la hora de buscar las explicaciones.

Siguiendo con las referencias novelescas de la película, es curioso como a pesar de criticar desde el humor que «la literatura ha hecho mucho daño al mundo», en referencia a las hermanas Brontë, los personajes de ‘La librería’ reciben un tratamiento cinematográfico tan similar al de dichas autoras, que lo hace todavía más mágico, romántico y cautivador.

Lo mejor: el momento de duelo interpretativo y la incómoda situación entre los personajes de Bill Nighy y Patricia Clarkson, con una excelente tensión visual y muy británica.

Lo peor: que no sea lo suficientemente valorada.

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