Christian es un padre divorciado que disfruta dedicando su tiempo a sus dos hijas. Es un valorado programador de un museo de arte contemporáneo y es de esa clase de personas que conducen un coche eléctrico y respaldan las grandes causas humanitarias. Está preparando su próxima exposición, titulada «The Square», en torno a una instalación que incita a los visitantes al altruismo y les recuerda sus deberes respecto a sus semejantes. Pero cuando a Christian le roban su teléfono móvil, su reacción no le deja precisamente en buen lugar…
En ocasiones, cuando se disfruta de una película porque conectas con sus actores, te tocan los sentimientos, te diviertes, o incluso permaneces perplejo de asombro en la butaca… en esas circunstancias encuentras maravillosa la experiencia de haber acudido a una sala de cine. Sobre todo porque continúas rememorando alguna de las escenas días después, ya que pervive todavía en la memoria. Y si la experiencia es compartida, siempre es mucho mejor.
Pero hay gustos para todo, al igual que perfiles de interés muy distintos a la hora de acudir a las salas. Y ‘The Square’ es una de esas maravillosas rarezas difíciles de aconsejar a quienes consumen por igual cine y palomitas (o lo que se tercie), durante la proyección. Necesita su particular dosis de atención.
‘The Square’ toma prestado el título del proyecto creado por el propio director Ruben Östlund (‘Fuerza mayor’), y por el productor de cine independiente Kalle Boman en 2014. La instalación consistía en crear un cuadrado de luz led en el suelo de un lugar público para indicar que en su interior dicta la ley de actuar y reaccionar si alguien necesita ayuda. Sobre esta misma base, la película explora la perplejidad de la conducta humana y su relación con el arte, contrastados con magnífica ironía.
Su argumento está eclipsado por un cúmulo de microrrelatos casi independientes donde se experimenta con situaciones paradójicamente cotidianas, llevándolas a una desmesura exponencial y provocando directamente al espectador. Cualquier situación se saca de contexto con un gran sentido del humor civilizado sueco. Pero la sorpresa viene con la reacción ante esa inusitada situación.
Claes Bang y Elisabeth Moss son los principales protagonistas que aportan enormes dosis de temperamento interpretativo, a base de aparente espontaneidad e improvisación, en medio de un alarde de planos difíciles y largos. Precisamente por esa naturalidad que impregnan a sus actuaciones se hacen más cercanos. Desde el intento de una entrevista penosa hasta la tensa pugna por un preservativo usado, mezclan por igual la gélida falta de pasión, una mínima conexión emocional y cierto desfile de juegos inmaduros que hacen más complejas sus escenificaciones.
Destaca la impresionante actuación de Terry Notary (coreógrafo de movimientos de innumerables películas de acción), quien asumiendo la performance de gorila en medio de una cena de gala, juega con el público -de la fiesta y de la sala- para llevarlo a límites insospechados.
‘The Square’ es ironía pura. Es una crítica del arte y su banalidad, de las vanguardias y su efímera influencia. Habla de las incongruencias sociales al pedir ayuda para los más necesitados cuando yacen a dos metros de nosotros. Describe una difusa separación entre el arte y la mercadotecnia, y reflexiona sobre el poder de las redes sociales para alzar o destruir.
La fragilidad de la comunicación y la educada compostura nórdica a la hora de asimilar las situaciones más inverosímiles, vienen a ser el hilo conductor de esta deliciosamente provocadora obra, cuestionando el límite de expresión del arte, por encima del bien y del mal, en un cúmulo de genialidades.
Lo mejor: todo, sin desperdicio y asimilando y degustando la inverosimilitud de lo extraordinariamente cotidiano.
Lo peor: que se pueda caer en la larga duración sin terminar de entrar en el juego experimental del conjunto de la película.
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