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‘La forma del agua’: la mujer. El monstruo. Del Toro. El amor

Elisa (Sally Hawkins) es una joven muda que trabaja como conserje en un laboratorio en 1963, en plena Guerra Fría, donde se enamorará de un hombre anfibio (Doug Jones) que se encuentra ahí recluido.

Una vez me preguntaron cuánto cine cabía en la cabeza de Guillermo del Toro. Por supuesto, no supe qué responder.

El prolífico e inagotable director mejicano firma aquí otra obra personal, onírica, extraña y bella, como toda su filmografía.

Homenajeando a los clásicos del cine de monstruos, los clichés de la Guerra Fría y elementos emblemáticos de la cultura popular (entre muchos, muchísimos otros referentes), ‘La forma del agua’ es un festín para los sentidos, una carta de amor al Séptimo Arte y un ejemplo de orfebrería cinematográfica donde del Toro conjuga con oficio y maestría todas las partes, para componer un todo memorable.

Las excelentes interpretaciones de Sally Hawkins (protagonista absoluta que, sin mediar palabra,  dice todo lo que tiene que decir), Octavia Spencer (su altavoz frente a un mundo paranoico y corto de miras) Richard Jenkins (artista adelantado, a su pesar, a su tiempo. Amigo y escudero de la protagonista), el espeluznante villano encarnado por Michael Shannon y, cómo no, Doug Jones en la piel del (presunto) Monstruo, coronan una producción orgánica y artesanal, animada por la magnífica banda sonora del siempre genial Alexandre Desplat.

Pero no solo el amor entre Bella y Bestia (bello, puro, sin perversiones … repleto de escenas para el recuerdo, como la que tiene lugar en el baño) ocupa el metraje.

‘La forma del agua’ es un filme político y humanista, que no se esconde ni huye de mostrar un discurso firme, defensor a ultranza de la igualdad, la tolerancia y el abrazo, siempre difícil, siempre valiente, de lo diferente.

Es, sin duda, la mejor película del cineasta desde ‘El laberinto del fauno’, pues aquí la imaginería visual es tan relevante como la historia, tan significativa como el amor entre una mujer singular y un monstruo único, en una época convulsa donde cualquier desviación de lo correcto se percibía como la mayor de las amenazas.

Otro acontecimiento cinematográfico que huele a Oscar. Otra película de obligado visionado.

Lo mejor: sus partes componen un todo digno de atesorar.

Lo peor: nada que valga la pena tildar como tal.

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