En el Beirut de hoy, un insulto sin importancia alcanza una dimensión desmedida: Toni, un libanés cristiano, y Yasser, un refugiado palestino, se enfrentan en los tribunales. Mediante las heridas secretas y las revelaciones traumáticas, el circo que crean los medios de comunicación que informan sobre el caso pone al Líbano al borde de un estallido social, obligando a Toni y a Yasser a reconsiderar sus vidas y sus prejuicios.
Los quince años de la guerra civil libanesa sirven de pretexto para universalizar el conflicto no resuelto entre protagonistas y antagonistas. Más allá de los motivos iniciales que originan cualquier pelea, lucha o violencia de masas, y de que finalmente se logre la paz, siempre queda el dolor y el sufrimiento grabado a precio de fuego en quienes directa o indirectamente han malvivido con el terror de la guerra. Un esperado final que, por el contrario e incluso mucho tiempo después, no llega a satisfacer ni a mitigar esa molestia latente que aflige a los supervivientes. Y tampoco hay amnistía capaz de subsanar todo cuanto se ha perdido.
Dirigida por Ziad Doureiri (‘El atentado’, ‘Lila Dice’), y escrita por él mismo y por su pareja guionista habitual Joelle Touma, ‘El insulto’ es una brillante película que mezcla con magnífico criterio sensibilidades políticas y creencias religiosas dispares y contrapuestas.
Beirut es el escenario escogido treinta años después de la firma del armisticio. Una ciudad que aún arrastra las consecuencias bélicas en los barrios menos favorecidos como si fueran cicatrices en los ladrillos de sus calles.
El gobierno local pretende reparar y subsanar pequeños problemas urbanísticos para unificar las calles de la ciudad. Yasser (Kamel El Basha), es el meticuloso y profesional capataz de una cuadrilla de albañiles que se encarga de estas tareas de reparación. Pero es palestino, y cuando tiene que reparar un desagüe de la vivienda del cristiano libanés Tony (Adel Karam), se enfrenta con todo su orgullo patrio. De un insulto a unas forzadas disculpas con tono humillante, y de ahí a una pelea con dos costillas rotas. Cárcel y juicio. Una bola que se va engrosando sin medida y que no duda en arrasar con todo por la propia voluntad de sus arrogantes protagonistas. Ambos tan distantes y tan similares.
‘El insulto’ es una propuesta cautivadora que te va metiendo en una espiral de conflicto mientras se les va de las manos a sus protagonistas: del juicio a la sociedad, y de la sociedad a la desestabilización de una ciudad, de un país o del mundo entero.
Ziad Doureiri trabaja con un notable argumento finamente hilado para hacernos reflexionar sobre la soberbia de las palabras. Algo que se puede llevar a cualquier lugar donde haya dos posturas contrapuestas que puedan fomentar cualquier delito de odio. Pero también habla de la necesidad de aportar soluciones conjuntas para la convivencia de las partes. De los secretos y del dolor transmitido de generación en generación. Habla del orgullo mal entendido por encima de otras personas, y de cómo se puede extender por la sociedad con poquito que prenda la mecha.
‘El insulto’ es una película que deja sin argumentos, cautivadora y única. E invita a considerar y aceptar al prójimo tan semejante como uno mismo es.
Lo mejor: la universalidad de su mensaje. A pesar de tratar un conflicto concreto y algo distante, el verdadero trasfondo versa sobre lo que el mal uso de la palabra puede llegar a desencadenar.
Lo peor: el peligro del circo mediático y de la exaltación vehemente de cualquier postura que no busque una solución íntegra para todas la partes.