La historia narra la repentina desaparición de Anna Lou, una chica de 16 años de un pueblecito de los Alpes italianos. El enigmático detective Vogel, encargado de investigar el misterio, no tarda en darse cuenta de que se trata de un caso que dista mucho de ser sencillo. Trabajando a contrarreloj, en medio de un frenesí mediático sin precedentes, Vogel deberá recurrir a métodos poco convencionales para descubrir la verdad en un pueblo donde los motivos son oscuros, los hechos se distorsionan… y cualquiera podría ser culpable.
En las películas de suspense, intriga y asesinatos, la soberbia suele ser la característica que hace peligrar el mimetismo que tienen los criminales y homicidas con el que se camuflan en su entorno. Hasta que se topan con otro personaje que pueda poner en peligro disfrutar del trofeo de la vanidad.
Donato Carrisi dirige su primera película basada en su propio libro escrito en el 2015, dentro de su obra dedicada principalmente a la novela negra. Este hecho supone por un lado la ventaja de conocer de primera mano tanto la historia como los personajes, y el inconveniente de no prescindir de ciertos giros y elementos innecesarios en el lenguaje cinematográfico que puedan distraer al espectador. Aún así, el resultado en mucho más que óptimo, sabiendo conjugar el suspense con unas muy conseguidas interpretaciones.
El veterano inspector Vogel, con la estupenda arrogancia que le sabe impregnar Tony Servillo (‘La gran belleza’, ‘Las confesiones’, ‘Viva la libertad’), tras un accidente de coche se enzarza en un diálogo nocturno con el psiquiatra de Avechot, un idílico y precioso pueblo alpino. Mientras éste intenta evaluar si presenta algún daño en su memoria, se va describiendo la desaparición de la joven y sus pesquisas. Jean Reno (‘Ronin’, ‘El profesional (Léon)’, ‘El gran azul’), es Flores, el médico con quien conversa de todo lo sucedido a fin de encontrar la revelación de lo ocurrido. El personaje frío y calculador del investigador frente al reposado y paciente analítico psiquiatra.
El paraje de Avechot, con sus localizaciones, está tratado como un personaje más. Por un lado es un idílico y precioso lugar de la montaña, pero también parece ocultar algo más tras la niebla que impregna a sus gentes. De hecho, el director opta por ubicar los escenarios en una bonita maqueta donde se desarrolla la trama y su suspense, a modo de juguete.
Sus habitantes son religiosos profesos rozando el sectarismo que parecen estar anclados en una estética de los 80. “Jesús, pulseras y gatos” donde lo inexplicable parece ser culpa de la niebla. Sospechas, pistas y despistes, brujería y mal encubiertos por el vecindario.
Uno de los aspectos más lúcidos y ricos de esta historia es su manipulación y el circo mediático que se recrea para forzar a que salten las pistas como si de pulgas invisibles se tratase. Primero se juzga y luego se demuestra que la acusación no sea verídica. Un punto interesante es el hecho de llegar a fabricar monstruos televisivos, y soltar carnaza sin escrúpulos para provocar al sospechoso.
‘La chica de la niebla’ también ofrece interesantes reflexiones casi filosóficas sobre el tratamiento del mal y de la vanidad en la literatura negra a cargo del profesor del instituto, muy bien perfilado por el actor Alessio Boni, quien parece ser altavoz de los propios pensamientos de autor-director.
Al igual que en su momento supusieron las entregas de la saga danesa “Los casos del departamento Q” de Jussi Adler-Olsen, o la “Trilogía del Baztán” de Dolores Redondo, ‘La chica de la niebla’ llega a transmitir sensaciones similares para los amantes del cine de suspense, disfrutando de muy buenas interpretaciones y deambulando entre múltiples opciones sospechosas hasta su conclusión.
Lo mejor: el circo y la presión mediática sin importar llegar a destrozar las vidas de quienes se sospecha por puro envanecimiento.
Lo peor: que en ocasiones las adaptaciones de novelas si no se saben trasladar bien pueden producir nudos innecesarios en el argumento.