Samuel llegó a la Formentera hippie de los 70 y se quedó a vivir, ganándose la vida tocando el banjo en un garito. Un día recibe la visita de su hija Anna y de su nieto Marc. Desempleada desde hace tiempo, ha aceptado un trabajo en Francia que la obliga a irse sola. Tras un primer rechazo, el viejo hippie decide hacerse cargo de su nieto, emprendiendo un viaje que le hará transitar por las sombras de su paraíso acompañado de otros singulares personajes: Toni, Greta y Joan. Un viaje crepuscular que será, a su vez, esperanzador e iniciático.
El tema de los 70 “Formentera Lady” de King Crimson sirve como excusa perfecta para componer la ópera prima de Pau Durà, rindiendo un homenaje al cine doméstico de tomavistas y al movimiento hippie insular de las Baleares actuales.
Con los colores iniciales a modo película antigua picada, y rodada en súper 8, y las preciosas estampas cotidianas de la flora y fauna de la isla, Samuel es de los pocos y genuinos personajes que sobreviven de aquella lejana década de “paz y amor”.
Resistiéndose ferozmente al paso del tiempo y al cambio, Sam, el Dylan isleño, vive su solitaria vida con los acordes del country y blue-grass, junto a su banjo y a su viejo Ulises, un Land Rover con casi personalidad propia.
José Sacristán (‘Magical Girl’, ‘El viaje a ninguna parte’, ‘Soldados de plomo’), es siempre un valor seguro. Su sola presencia hace que cualquier papel que se le presente merezca la pena. Y en el caso de su personaje, Sam, un abuelo que no asume su senectud, y que tiene que aprender a madurar con la presencia de su nieto, es sumamente valioso.
La relación niño-abuelo sirve para presentar un modo de vida auténtico. Un chaval que le acompaña y que duerme en los garitos mientras el abuelo toca. Y una casa sin electricidad ni agua caliente, durmiendo bajo las estrellas, y con su música aquí o allá por sólo el dinero que le permita vivir una jornada más despreocupado de todo, siguiendo la senda de su propio lema “hippie hasta el forro de los huevos…”.
Un personaje que reniega de cualquier sitio “donde no pueda ir en alpargatas todo el año” como excusa para no afrontar la madurez o la sensatez de la vida. Y que intenta colocar al niño con antiguos ligues de hace 15 años.
‘Fomentera Lady’ también habla de asumir que sus protagonistas son los últimos supervivientes de una cultura que se va mellando con el paso del tiempo a golpe de alzheimer, y de medicación. Personajes como el de Ferran Rañé, que pasa a mejor vida vendiendo lo que le queda para que construyan una mole de apartamentos turísticos, o el del entrañable Jordi Sánchez, el fiel, abnegado y preocupado amigo cuando los momentos se complican.
El nieto, genial Sandro Ballesteros en su papel, descubre un magnífico entorno rural en “esta isla que un día te atrapa y otro te da una patada en el culo”, al mismo tiempo que las raíces pasadas de sus abuelos. Pero sobre todo aprende a convivir con la conducta de Sam y de sus recuerdos, como la ilusión de ser fareros de una isla hippie, uno de los último reductos de un paraíso extinto.
‘Formentera Lady’ posee una fotografía con tonos apagados y casi nublados evitando presentar la isla como un lugar turístico de sol natural, sino más bien un reducto similar a un cementerio de elefantes hippie que se apaga.
Es sencilla, bonita, eficaz y emotiva, con unos personajes claros y bien definidos, que se disfruta gracias a sus buenas interpretaciones y al fluir en su amena historia. Habla de la autenticidad y de vivir afín a unos valores, pero también de la necesidad de aprender a adaptarse para mantenerse a flote de uno mismo.
Lo mejor: la frescura y la naturalidad del tema, y sus buenas interpretaciones, con un José Sacristán maduro y siempre interesante, aunque no toque el banjo en realidad.
Lo peor: que no se valore lo suficiente lograr hacer una película con bajo presupuesto y con un notable resultado artístico y argumental.