En la guerra de las drogas no hay reglas, y como los cárteles han comenzado a traficar con terroristas a través de la frontera con Estados Unidos, el agente federal Matt Graver llama al misterioso Alejandro, cuya familia fue asesinada por un capo del cártel, con el objetivo de intensificar la guerra de una manera perversa. Alejandro secuestra a la hija del capo del cártel para avivar el conflicto, pero cuando la niña es vista como un daño colateral, su destino se interpone entre los dos hombres mientras se cuestionan todo por lo que están luchando.
Sería un error caer en la comparativa entre el ‘Sicario’ de Denis Villeneuve y la segunda entrega, en manos del contundente cineasta italiano Stefano Sollima (‘Gomorra’, ‘Suburra’).
La nueva incursión en la guerra contra los cárteles de Matt Graver y Alejandro (en esta ocasión centrada en el tráfico de personas) funciona a la perfección como pieza separada, donde tanto el elenco conocido como las acertadas nuevas incorporaciones adolescentes tienen una (durísima) historia que contar.
¿Cómo se lucha contra un enemigo sin moral, capaz de cualquier cosa por acumular poder y riqueza?; ¿cómo se combate a aquellos que se aprovechan, sin escrúpulos, de los más débiles?.
La respuesta a ambas preguntas la encontramos en la propia existencia de Matt y Alejandro (magníficos Josh Brolin y Benicio Del Toro, dueños y señores de la función. El primero, aparentemente cínico y socarrón, presume de una férrea determinación a hacer lo que hay que hacer, ensuciándose las manos; el segundo es un hombre roto por la pérdida de su familia, que resurgió de sus cenizas con un único objetivo que no admite ambages: acabar con todos), dos hijos de perra tan necesarios como los doblemente hijos de perra a los que persiguen.
Mientras Villeneuve, fiel a sus códigos cinematográficos, hizo de la imagen un personaje más, que acompañaba en todo momento el descenso a los infiernos de la moralidad de Kate Macer (sublime Emily Blunt), Sollima (sin descuidar, en absoluto, el apabullante apartado visual y técnico) saca jugo a las cloacas donde se mueven sus protagonistas, plenamente consciente de su inapelable existencia.
‘Sicario: el día del Soldado’ no plantea, sugiere o alienta dobles sentidos.
No hay en ella elaboradas metáforas ni alegorías que sí abundan en el mágico cine de Villeneuve, que aborda con la maestría que le caracteriza.
Esto no es una crítica a Sollima, sino su mayor virtud.
Como ya ha demostrado en anteriores trabajos, el cineasta transalpino sabe parir una excelente película de acción, donde no falten, tampoco, elementos dramáticos que nos revuelvan en la butaca sin perder, eso sí, la claridad del mensaje.
Lo que vemos, por poco que nos guste a nuestros acomodados culitos friendly, es lo que hay.
Descender a los infiernos para lidiar con EL MAL, conlleva deshacerse de la humanidad, combatiendo fuego con fuego y sangre con sangre. Dependiendo de los valores de cada espectador, esto supondrá una afrenta que cause estupor, o no.
La pistola no mata, sino quien la empuña.
Sollima asume en su película que, en el filo de la navaja, hay que usar medios que condenamos de entrada, centrándose en mostrarnos con absoluta, implacable y descarnada claridad, los bienvenidos fines.
Lo mejor que se puede decir de ‘Sicario: el día del Soldado’, es que su visionado es imprescindible para tirarnos de las orejas.
Escribe otro cruento capítulo del libro de mierda firmado por la Raza Humana, capaz de lo mejor y lo peor con la misma (pasmosa, aplastante) naturalidad.
Lo mejor: su agobiante atmósfera, Brolin y del Toro, la joven Isabela Moner, la enervante banda sonora y el clarísimo libreto, de nuevo firmado por Taylor Sheridan.
Lo peor: el momento sordera lastra sensiblemente el conjunto.