Secuela de «Los increíbles». Helen tiene que liderar una campaña para que los superhéroes regresen, mientras Bob vive su vida «normal» con Violet, Dash y el bebé Jack-Jack —cuyos superpoderes descubriremos—. Su misión se va a pique cuando aparece un nuevo villano con un brillante plan que lo amenaza todo. Pero los Parr no se amedrentarán y menos teniendo a Frozone de su parte.
‘Segundas partes nunca fueron buenas’… dependiendo de quien las haga, y el tiempo que le dedique.
Catorce años después de la primera entrega, Brad Bird escribe y dirige la nueva aventura de la familia Parr, con la experiencia y madurez acumulada durante toda una vida creando obras para el recuerdo (‘El gigante de hierro’, ‘Ratatouille’).
Lo bueno se hace esperar, y ‘Los Increíbles 2’ deja patente que cada año macerando en la casa de la simpática lamparita, ha valido la pena.
En esta ocasión, Elastigirl se convierte en el centro de la función, dejando a Mr. Increíble en casa, asumiendo la aún más increíble aventura de la paternidad. Al igual que en la primera, la riqueza plástica y rica ambientación adornan este emotivo relato puramente familiar, con una factura impecable donde brillan los continuos avances tecnológicos en el campo de la animación.
La película es un auténtico espectáculo para vista y oído, gracias a un diseño de producción preciosista y el acompañamiento musical de Michael Giacchino, que busca un nuevo (y merecido) Oscar.
Pero, por muy vistoso que sea el envoltorio, nada perdura sin una escritura interesante detrás, y una buena historia que contar al público.
En esto, la cinta de Bird también cumple con creces, entregando un libreto que, sin ser original, sí está muy bien armado, con momentos para el desarrollo de todos los personajes, moralejas varias, una nueva afirmación de la igualdad entre hombres y mujeres (cada vez más habitual en Hollywood y Occidente) y un villano a la altura del desafío.
La espera ha terminado. Y tenemos increíbles para rato.
Lo mejor: la conversación entre amigas y el primer discurso del villano.
Lo peor: que haya tardado tanto en ver la luz.