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‘Animales fantásticos. Los crímenes de Grindelwald’: cajón (de)sastre

Cartel de ‘Animales fantásticos. Los crímenes de Grindelwald’ destacada

Cartel de ‘Animales fantásticos. Los crímenes de Grindelwald’

Cumpliendo con su amenaza, Grindelwald escapa de su custodia y ha comenzado a reunir seguidores, la mayoría de los cuales no sospechan sus verdaderas intenciones: alzar a los magos purasangre para reinar sobre todas las criaturas no mágicas. En un esfuerzo por frustrar los planes de Grindelwald, Albus Dumbledore (Jude Law) recluta a su antiguo estudiante Newt Scamander, quien accede a prestar su ayuda, sin conocer los peligros que aguardan. Las líneas quedan marcadas mientras el amor y la lealtad son puestos a prueba, incluso entre los amigos más cercanos y la familia, en un mundo mágico cada vez más dividido.

Cuando J.K. Rowling dio a luz el primer Harry Potter, lo hizo llevada por una serie de circunstancias y motivaciones que convirtieron su obra en un referente dentro del género, desarrollado en las sucesivas entregas literarias y convertido en una notable franquicia cinematográfica imprescindible para un par de generaciones.

En el caso del niño mago y sus aventuras en la gran pantalla, los diversos cineastas y profesionales que pasaron por Hogwarts contaban con una sólida y variada base escrita en la que basarse, y la supervisión constante de una autora entregada, aún no acomodada en las mieles del multimillonario éxito.

Lo malo de estirar y mascar un chicle demasiado tiempo es que corre el riesgo de romperse, liarse y perder todo su sabor.

La primera entrega contó con la novedad.

Con el cambio de escenario, estética y un protagonista excéntrico, insólito y de inmenso potencial. La película pasó la prueba con aprobado alto y sembró en el fan y el público en general las ganas de ver cómo continuaban las andanzas de Newt Scamander.     

‘Animales fantásticos : Los crímenes de Grindelwald’ se encargará de borrarles de un plumazo esas ganas a la mayoría del público generalista.

Sobresalientes son el diseño de producción y el acabado técnico (las recreaciones parisinas; el majestuoso Hogwarts; los ministerios de magia; los imaginativos y divertidos animales fantásticos, que aportan los mejores momentos de la cinta…).

Arriesgado el hecho de ahondar en la figura de Hogwarts como una institución siniestra donde el bullying está a la orden del día, supervisada por unos funcionarios aún más siniestros y racistas, siempre envueltos en luchas intestinas (y nada mágicas, ni elevadas) de poder.

Brillante es la banda sonora del gran James Newton Howard.

Alucinante es la secuencia de apertura.

Admirables los aciertos de contener a Depp y no convertir a Grindelwald en un payaso, y el giro de este Albus Dumbledore carismático, cañero,  pimpollero,  made in Burberry.   

Hasta aquí las virtudes de la secuela. Entre ellas, no se encuentran ni el guión, ni el montaje, ni la dirección de actores. Tres elementos apenas relevantes, qué duda cabe.

En lo realmente importante, lo perdurable en el recuerdo, más allá de sus inequívocos aciertos visuales, sonoros y técnicos, ‘Animales fantásticos : Los crímenes de Grindelwald’, es un auténtico cajón de sastre… y desastre.

Rowling impregna el libreto de un montón de concesiones a los fans, que son bienvenidas para éstos, pero no aportan nada (Nicolás Flamel, la Maledictus Nagini y su amor imposible con un chaval de eterna cara de ir al baño…) y provocan que los no doctorados en la saga desconecten sin remisión; el componente romántico y el humor son tan idiotas que provocan vergüenza ajena; Newt Scamander pasa de ser un icónico y excéntrico tipo por descubrir, a un sosainas diluido entre el aluvión de sinsentidos, desaprovechando la enorme ventaja de contar con Eddie Redmayne y su esforzada caracterización.

A este pan sin sal, además, le acompañan un divertido bonachón (en la primera entrega) convertido en bobo solemne (en la segunda) y unas hermanas que prometían en la primera, pero no pintan nada aquí, haciendo las tonterías que hacen con una debilidad de carácter insólita en cualquier ser humano. Y más en los que tienen superlativas habilidades mágicas.

El montaje tampoco ayuda, caracterizado por una sucesión de cosas que pasan porque sí, sin pies ni cabeza y a toda velocidad.

El desenlace es poco menos que increíble, con unas fuerzas mágicas de élite con algunas varitas en mal estado, compradas no en Ollivanders sino en AliExpress, o infrautilizadas por becarios disfrazados de Navy Seals mágicos. A algunos les funcionan a las mil maravillas frente al implacable mal, y a otros no les sirven ni para conjurar un expelliarmus de primero.

En definitiva, estamos ante un juguete muy bonito por fuera, pero absolutamente vacío de contenido.  

No apto para peques con varitas, capas y escobas voladoras; amantes del Quidditch, del sombrero seleccionador, de la fascinación y la maravilla.

De un mago entrañable y un amable gigante que enseñaron a un niño marcado por el destino y sus dos fieles amigos cómo hacer, y convertirse, en leyenda.

Bienvenidos (o probablemente, no), a la era más chunga de la magia.

Lo mejor: el envoltorio.

Lo peor: en lo importante, es un desastre.  

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