Laurel y Hardy, el dúo de comedia más famoso del mundo, intentan reavivar sus carreras cinematográficas mientras se embarcan en una maratoniana gira teatral por la Gran Bretaña de postguerra.
La historia del cine ha ido superando barreras técnicas que han demostrado la versatilidad de los actores en sus diferentes etapas. En este sentido, la transición al cine sonoro supuso una importante criba interpretativa que no todas las estrellas supieron abordar. Al igual que la irrupción de la televisión en la vida doméstica cambió la manera de consumir productos cinematográficos en la pequeña pantalla, en nuestros días hay que recurrir al catálogo de la red para recuperar esas magníficas perlas y esenciales joyas del cine cómico en las que se basa cualquier comedia.
El humor ingenioso de los hermanos Marx, el emotivo de Charles Chaplin, el alocado de Buster Keaton, disparatado de Harold Lloyd, o el simplón de la pareja artística Oliver y Hardy, han sentado las sólidas bases de este género. Por desgracia son grandes desconocidos para las generaciones actuales, salvo por quienes tienen algún interés muy particular como apasionados cinéfilos.
Precisamente Oliver Hardy y Stan Laurel (el Gordo y el Flaco, hoy en día sería una expresión ofensiva), sobrevivieron al cine mudo, al sonoro, al color y a la televisión. Aunque no tanto al paso del tiempo, pues acabaron como dúo en las tablas del escenario teatral.
‘El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie)’ describe el último periodo de estos dos cómicos universales del blanco y negro. Tras su separación en pleno apogeo como pareja artística a finales de los años 30, la película centra la atención en su reencuentro durante el periplo teatral británico tras 16 años cada uno por su lado, mientras buscan financiación para una nueva película.
El escocés Jon S. Baird (‘Filth, el sucio’), dirige para la BBC esta producción con un elegante respeto y una corrección absoluta por los personajes. En el guión del televisivo Jeff Pope (‘Philomena’), se habla principalmente de amistad y del respeto profesional. Arranca con un maravilloso plano secuencia inicial que sirve para meternos en situación paseando por los estudios cinematográficos del Hollywood dorado, y que ejemplifica muy bien cómo funcionaba el “star system” entre actores, directores y productores.
El interés de ‘El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie)’ se centra en la relación de estas dos viejas glorias fuera de las cámaras, sin necesidad de ahondar demasiado en su vida privada. Sería demasiado singular presentar una estrella de cine tras muchos años de éxito sin vicios o debilidades como contraste al perfil cómico mostrado en sus películas. Beben, juegan al golf, les gustan las mujeres, y hasta gastan en exceso en sus caprichos ludópatas. Pero mantienen la compostura delante de su público a quien deben lo que son.
John C. Reilly y Steve Coogan saben aportar una espléndida visión más humana de lo que las biografías transmiten. Brillan con excelencia. El primero caracterizado y enfundado en una enorme masa corporal para dar vida a Oliver Hardy, pero con idéntica textura al personaje en cuanto a movimientos, gestos y casi alma. El segundo aporta la inteligencia, la pasión y el espíritu de Stan Laurel como para haber mantenido el éxito de la pareja durante todos esos años. Y juntos mantener un legado artístico que curiosamente a día de hoy sigue funcionando con idéntico éxito. Ambos actores transmiten sensaciones magníficas, tanto en sus propios papeles como sintiéndose parte de la emblemática pareja de humoristas.
Shirley Henderson y Nina Arianda interpretan a sus respectivas mujeres, posesivas y fuertes, y Danny Huston al emblemático y decisivo productor Hal Roach.
‘El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie)’ sabe retratar algo que va mucho más allá de un dúo legendario, como es la perfecta complementariedad del uno con el otro, con dos personalidades muy dispares, y sumidas en un matrimonio profesional e irremplazable
Lo mejor: sus estupendas interpretaciones y el formidable regusto que deja disfrutarla sin más, siendo testigo de esa relación peculiar.
Lo peor: que sea una lástima que estos legados clásicos no lleguen a despertar el suficiente interés, cuando hablamos de las mismas bases del género cómico, no por su valor histórico, sino porque cualquier comedia bebe de ahí.