Rusia, 1961. Rudolf Nureyev, el bailarín de ballet más grande de todos los tiempos, viaja por primera vez fuera de la Unión Soviética como miembro de la prestigiosa Kirov Ballet Company. Aunque el KGB sigue de cerca sus pasos y a pesar del gran peligro que conllevaba entonces la deserción, Nureyev huirá tomando una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre.
Un reducido grupo de personas anegadas, perdidas y vagando por el mar, a merced de la desesperación tras el naufragio de su fragata, puede simbolizar a la perfección el final de un estado autoritario en el que estos individuos comienzan a tener sus propios anhelos por disfrutar de la vida según su propia conciencia, aunque sean tan solo unos cuantos instantes, y no la que dispone la gran madre rusa para cada ciudadano.
Al igual que nos describe el pintor romántico francés Théodore Géricault en su magnífico cuadro “La balsa de la Medusa”, Ralph Fiennes (‘Coriolanus’, ‘The Invisible Woman’), dirige su mirada hacia el momento en el que Rudolf Nureyev huye a occidente. Recrea y perfila el retrato de un bailarín en pleno esplendor, con sus brillantes luces y míseras sombras, inspirado en la novela de biográfica escrita por Julie Kavanagh, el guionista David Hare (‘The Reader (El lector)’, ‘Las horas’, ‘Herida’), indaga en la personalidad del artista ruso, seleccionando tres momentos diferentes y esenciales en la vida del bailarín.
Más que tratarse de una película que pretenda aleccionar sobre técnicas de la danza, esta versión sobre “el Cuervo Blanco”, da sutiles pinceladas sobre la complicada identidad del mejor bailarín del siglo pasado.
El primer paso de Fiennes como director, ha sido seleccionar a un actor inexperto pero estrella en ciernes sobre las tablas del ballet mundial como es el ucraniano Oleg Ivenko, para desenmascarar la arrogancia personal con la que Nureyev supo ganarse tal apodo en el mundo artístico. Y dos facetas en dos tiempos distantes. A los 17 años cuando busca la atención del afamado maestro Pushkin teniendo que recuperar el tiempo perdido; y la otra a la edad de 23, cuando presionado por la escolta de la KGB decide desertar en la Francia de la “liberté, égalité, fraternité”. Como resultado, y con los sabios consejos del experimentado director/actor, Ivenko resulta bastante convincente para transmitir el carácter rebelde, complicado y apasionado del personaje principal.
El Fiennes actor interpreta al ambiguo, afable y delicado Alexander Pushkin, quien junto a su esposa Xenia, la actriz rusa Chulpan Khamatova, acogen en su seno al joven para impulsarlo a la primera línea del escenario. La revolución en el papel masculino del ballet consistió en imitar a las féminas, ya que hasta entonces eran meros soportes robustos para las gracilidades de ellas.
Adèle Exarchopoulos es Clara Saint, la amiga francesa en la que Nureyev se apoya para desplegar un temperamento agrio, descontrolado y arrogante.
Otro paso se refiere a que Ralph Fiennes sabe extraer lo mejor de su elenco de actores frente a la pantalla y frente a los escenarios, y busca despertar el interés hacia el personaje. Logra su objetivo, en gran medida, gracias a recrear la película en los idiomas originales de los personajes (ruso principalmente, francés, inglés y hasta un poco de español), y al gran número de actores rusos ambientados en las décadas de los años 40 y 60 en la antigua Rusia de Stalin y Jrushchov, y franceses de la época de De Gaulle.
‘El bailarín’ aporta otro paso ejecutado con gran acierto, como es la selección de los tres momentos descriptivos en la vida del bailarín. A los flashbacks narrativos anteriormente descritos se le suma una infancia repleta de miseria y hambruna. Desde la llegada al mundo embarcado en un frío tren, los cuidados de la madre por sus hijos, y la ausencia de un padre autoritario miembro del Ejército Rojo, hasta su entrega al Estado con el ingreso en el colegio para aprender danzas folclóricas. Para ello acude al cambio de formato de pantalla y a una preciosa fotografía en blanco y negro a cargo de Mike Eley.
Así como “los pasos tienen una lógica que hay que descubrir”, en las sabias palabras de Pushkin, la lógica de ‘El bailarín’ se basa en ofrecer la percepción de un Oriente reprimido frente al Occidente aperturista, de una Francia que alardea de haber inventado el ballet y de una Rusia que exprime a los talentos bajo su yugo creando los mejores intérpretes, entre los que Rudolf Nureyev sobresalió.
Fiennes contribuye con esta versión bien compuesta y detallista a interesarnos por el mundo de la danza con independencia de nuestras afinidades. Bellas imágenes y coreografías, y buenas sensaciones, sin exceso de sensiblería ni morbosidad por el personaje.
Lo mejor: su sencilla naturalidad, pintada y resuelta, como una novela cuasi romántica.
Lo peor: la falta de un mayor detalle cronológico en la vida del artista y las ganas de ver más ballet y su suntuosidad.