¿Qué pasaría si un niño con poderes de otro mundo aterrizara de emergencia en la Tierra, pero en lugar de convertirse en un héroe para la humanidad fuera algo mucho más siniestro?
De esto hace ya algún tiempo. Se estrenaba ‘Superman’, la de Donner, en la inmensa pantalla (o que aún me quedaba tiempo por crecer), del Cine Capitol de una pequeña capital de provincias, que a día de hoy cumple con las honorables funciones de prestar servicios de filmoteca local. Un nombre recurrente en muchas ciudades cuando no habían desplazado los centros comerciales a las extintas salas céntricas. Eran tiempos de sesión continua, y ya quedaron muy atrás las matinales. Creo recordar que permaneció en cartel más de dos meses y medio seguidos. Eran otros tiempos. Pero además de quedar maravillado por la misma película (Mario Puzo, John Williams, Christopher Reeve…), tuve la suerte de apreciar, como valor añadido, cómo afectan las imágenes a nuestra manera de ser. La señora (entonces no sabría calcular la edad de los mayores al igual que ahora), que detrás se sentaba no paraba de sufrir cada vez que el superhéroe levantaba el vuelo por temor a partirse las costillas como poco. Y lo vivía y padecía con auténtica resignación por los comentarios que no podía dejar escapar. Lo que entonces me parecía gracioso me hizo reflexionar sobre la cantidad de sueños y aventuras que vivimos cada vez que nos evadimos en el mundo del séptimo arte.
‘El hijo’ de David Yarovesky es la perversión de los orígenes del hombre de acero, pero sin tener que pagar derechos ni royalties. Arropado por los Gunn (James a la producción y su hermano Brian junto al primo Mark Gunn escribiendo el guión), diseña un giro de ciento ochenta grados sobre la historia del superhéroe kryptoniano. El resultado es una siniestra, pervertida y seria película de terror, con tintes de humor cínico, realizada como mero divertimento de saltarse las licencias, que funciona a las mil maravillas para los amantes del género.
El televisivo Jackson A. Dunn (quien tuviera su pequeña intervención en ‘Vengadores: Endgame’ como Scott Lang a los 12 años), realiza una eficaz interpretación de Brandon Brayer, el joven extraterrestre que empieza a descubrir y tergiversar sus superpoderes para hacer el mal. En medio de los cambios hormonales de la pubertad, Brandon descubre cuál es su verdadera naturaleza a golpe de posesión. Coros tribales de voces de otros mundos desatan en él el gusto por la sangre. Además de lucir los colores emblemáticos azul y rojo, el joven actor aporta inocencia y crueldad a partes iguales con asombrosa eficacia. Aquella máxima de que “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad” queda en entredicho por el “quemadura-brillante” (‘Brightburn’ es el título original de la película, coincidente con las iniciales BB del protagonista). Este género posee su máximo valor cuando un joven desatado hace realidad todos nuestros grandes miedos, y en esto lo borda.
Elizabeth Banks (trilogías de ‘Los juegos del hambre’ y ‘Dando la nota’) aparca sus roles más gamberros para ser la madre adoptiva de la criatura. Deseosa de tener un bebé que le viene caído del cielo, intenta digerir con verdadero amor y pundonor los cambios de comportamiento y temperamento de un hijo que se les empieza a ir de las manos. Eso sí, a pesar de vivir en una granja de Kansas alejada del mundanal ruido, amanece temprano con demasiado maquillaje como para dar de comer a las gallinas. Es la personificación del ignorante amor de madre que siempre protegerá a su retoño.
Y David Denman (‘La suerte de los Logan’, ‘El regalo’), es el bonachón y modélico padre granjero, que soluciona los problemas de comunicación adolescente con acampadas para apaciguar los ánimos del trío familiar. Cuando ya no le funcionan los trucos de contener las rabietas del niño con un caramelo ha de recurrir a otros recursos.
‘El hijo’ tiene una buena y un tanto siniestra banda sonora a cargo de Tim Williams. Cuenta con efectos especiales, prótesis y maquillaje muy eficaces para una película sin excesivas ambiciones. Tiene una fotografía muy interesante para su ambiente entre retro y rural. Es una película de terror, no de superhéroes… tal vez de superpoderes en manos de un villano en periodo de formación con órdenes de dominar el mundo.
La universalidad de su referente hace que el argumento prescinda de justificar las causas de esta historia. Su pretensión es la de incomodar, y lo logra. Pero no resuelve dudas, siendo bastante previsible en su resolución. Tal vez se trate más de un ejercicio de cómo los padres no saben encajar los problemas de los hijos, o qué hay que sacrificar por el amor de estos. Sobre todo si te responden algo así como que “cuando a la gente le pasan cosas malas es por una buena razón”, tras doce años de bendita felicidad.
A pesar de la cercanía con las similitudes del superhombre de Donner, por sus connotaciones ‘El hijo’ está más cercana a la espléndida ‘La profecía’. Por un lado es la vuelta al cine de terror que tanto gusta a sus responsables como a la vez alivio y paréntesis de la vorágine de personajes de cómics que pululan por la galaxia.
Tal vez si aquella sentida señora de antaño viera esta nueva versión del niño del espacio, adoptado y criado por humanos en una granja de Kansas, saldría horrorizada de la sala al borde del colapso. Pero de eso se trata.
Lo mejor: el forzado momento de leer la cartilla y la charla sexual a la espera de la caza en una acampada familiar americana.
Lo peor: que del salto de producir una película menor a obtener un presupuesto más generoso se olviden de justificar el interés del porqué de las cosas, pues incluso un supervillano puede tener motivos más que razonables para acabar siendo el azote de la humanidad.