Woody siempre ha sabido cuál es su lugar en el mundo y cuál es su prioridad que es cuidar de Andy y ahora de Bonnie. Pero cuando Bonnie trae a su habitación un juguete nuevo y bastante antipático llamado “Forky” que es un tenedor-cuchara, comienza una aventura con viejos y nuevos amigos que le enseñarán lo enorme que puede ser el mundo si eres un juguete.
Hablar de Pixar siempre es sinónimo de gran calidad en todas sus producciones de animación digital. Desde que en 1995, John Lasseter estrenase el primer largometraje realizado enteramente por ordenador hasta la actualidad, los logros del estudio han ido creciendo. No sólo de la compañía que naciera bajo la poderosa Lucasfilm Ltd. sino, ironías de la vida, del renacimiento y reconversión digital de Walt Disney Animation Studios. Hechos que, directa o indirectamente, han contribuido a que, gracias a este resurgir, la compañía Disney se hiciera con las citadas Pixar y Lucasfilm, con Marvel, y hasta recientemente con Fox para crear un imperio visual del entretenimiento sin precedentes. Con Lasseter deambulando por el limbo de las sombras de la compañía como alma en pena, llega esta cuarta entrega y última producción, según promesa del estudio de no volver a caer en las secuelas, que se basa en personajes ya conocidos.
En este casi cuarto de siglo de convivencia con estos maravillosos juguetes, hemos vivido divertidas aventuras en el cuarto de Andy, cruzado algunas manzanas para descubrir los orígenes de los populares personajes, y hemos visitado el edén del terrorífico jardín de infancia, para acabar en las manos de Bonnie. Ahora, después de todo ese tiempo, solo queda explorar nuevos mundos, nuevos personajes y otras alternativas que van más allá de la amistad: la madurez.
Josh Cooley, curtido totalmente en la compañía del flexo saltarín, toma el relevo tras la primera y segunda de John Lasseter (‘Bichos: Una aventura en miniatura’, ‘Cars’), y de Lee Unkrich (‘Coco’, ‘Monstruos S.A.’), quien ya fuera co-director de la secuela y responsable casi absoluto de la tercera, para responsabilizarse de este capítulo final. El guion está escrito por Andrew Stanton y Stephany Folsom dando un maravilloso giro argumental.
Los personajes principales pierden protagonismo (a excepción de Woody), para dar paso a los secundarios de la saga (una Bo Peep más aventurera que nunca) y sobre todo a los nuevos. Un motorista acrobático, la pareja de peluches conejo y pollito inexorablemente atados, la muñeca vintage que aguarda en una vitrina por su posible dueña junto a sus secuaces, y una muñeca miniatura vivaz y dicharachera, entre otros.
Pero quien se lleva el principal punto de atención es Forky, el pequeño tenedor suicida con crisis de identidad por su condición de juguete-basura en periodo de adaptación, que provoca el hilarante embrollo de esta cuarta entrega. Como dicen sus compañeros de juegos “una cuchara es más segura”. Una manualidad que ha de buscar su lugar perdido en algún punto equidistante entre un fantástico juguete de compañía y la papelera.
‘Toy Story 4’ es técnicamente impecable. Siempre hay un no va más en las películas de Pixar. Y en este caso son los escenarios y el tratamiento de la cámara y la imagen. La música vuelve a estar a cargo de Randy Newman, con un recopilatorio de canciones y su infalible “Hay un amigo en mí” («You’ve got a friend in me»). Al igual que sucedía en ‘Buscando a Dory’, donde los nuevos personajes y los secundarios eran fabulosos y el realismo de los escenarios estaba perfectamente detallado, aquí toman el protagonismo las nuevas ideas y en vez de un oceanográfico encontramos un parque de atracciones, una tienda de antigüedades, y unas localizaciones a modo de road movie con un nivel de detalle y realismo impresionantes.
La responsabilidad de ser líder del los juguetes va haciendo mella en Woody, quien toma conciencia y necesita pasar página para guiar las riendas de su propia libertad. Y ese es el principal valor, madurar. A fin de cuentas ¿que juguete que haya pasado por muy variadas manos durante 25 años puede presumir de conservarse casi intacto?
Lo mejor: la animación hiperrealista y los nuevos juguetes que toman el protagonismo, el humor y sobre todo esos inusitados simulacros de opciones para robar las llaves.
Lo peor: el distanciamiento argumental entre Woody y Buzz, pero era más que necesario para justificar esta nueva y última entrega.