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‘El Rey León (2019)’: pecar por ‘exfecto’

Póster de 'El Rey León'

En la sabana africana ha nacido Simba, quien idolatra a su padre, el rey Mufasa, y se toma muy en serio su propio destino real. Pero en el reino no todos celebran la llegada del nuevo cachorro. Scar, el hermano de Mufasa y antiguo heredero al trono, tiene sus propios planes. La batalla por Pride Rock está asolada por la traición, la tragedia y el drama, y termina con el exilio de Simba. Con la ayuda de un curioso par de nuevos amigos, Simba tendrá que aprender a madurar y a recuperar lo que le pertenece por derecho.

En elremakelive action, Disney ha encontrado una nueva máquina de hacer dinero, un filón aparentemente inagotable de volver a asaltar las taquillas reviviendo sus clásicos animados para las nuevas generaciones.

Con mayor y menor fortuna, la Casa del Ratón ha pasado a imagen real a Alladín, La Cenicienta, La Bella y la Bestia y el mismísimo elefante volador Dumbo, entre otros, hasta llegar a la  apoteósica revisión de su clásico más querido por la inmensa mayoría de espectadores y críticos: ‘El Rey León’. 

Y aquí, Jon Favreau realiza un encomiable trabajo que se mueve continuamente entre el exceso y el defecto, pecando tanto de lo uno como de lo otro. 

Primero, las buenas noticias: ‘El Rey León’ es una auténtica (y sin paliativos) maravilla visual, que aprovecha al máximo los adelantos tecnológicos y nos trae una sabana llena de vida. 

Los efectos visuales deberían ir directos al Oscar. 

La película, además, evoca casi en su totalidad las mismas sensaciones que el original, sobre todo en el prólogo y el cierre (prácticamente calcos de la animada). 

Las canciones, con sus nuevos arreglos y la inclusión del tema ‘Spirit’, funcionan como un reloj, salvo ‘Preparaos’ y ‘Es la noche del amor’, que pierden la fuerza y la mayor parte de su significado, gracias a la mayor virtud, y defecto, de la cinta: el fotorrealismo

Aunque el live action prácticamente copie plano a plano a la versión animada, resulta improbable que Jon Favreau y su equipo no hayan pensado, muchísimo, en dónde estaba el límite para no caer en el ridículo de un documental eco-naturalista con animales parlantes, manteniendo la solemnidad, épica y calado de la cinta de Rob Minkoff y Roger Allers. 

Es fácil, no obstante, caer en clasificaciones ligeras, como si trasladar el formato animado a la imagen real fuera fácil, y estuviera exento de tremendas y complicadas decisiones técnicas y creativas. 

No en esta crítica, pues sería injusto no reconocer el trabajo del director del remake de ‘El libro de la selva’, y admirar, y aplaudir, la calidad intrínseca en la ejecución de tan titánica empresa.   

Pero el fotorrealismo que funcionó casi a la perfección en ‘El libro de la selva’, pues no estaba por encima del relato y, casi siempre y por suerte, pecaba por defecto, lastra en ésta gran parte del viaje.

En el nuevo Rey León, en lugar de asumir la irrealidad de una sabana poblada de animales que hablan y cantan, y usar el fotorrealismo para potenciar la fuerza del relato y renovar la epopeya shakesperiana de Simba a la nuevas generaciones a través de personajes con los que podamos empatizar, Favreau convierte la tecnología en un arma que peca por ‘exfecto’.   

Todo es tan creíble, tan anatómicamente adecuado, que a menudo nos saca de la película a la que nos aferramos, tirando de nostalgia y evocando imágenes del pasado para no perder la conexión. 

Es difícil reconocer el sufrimiento de un personaje cuando su cara no transmite nada que no hayamos visto en National Geographic. 

Si ya habla, y canta, tampoco pasa nada si de vez en cuando agacha las orejas, menea el rabo o sus ojos muestran algo de vida. 

Lo mejor: la mil veces recomendable experiencia visual. Tecnológicamente, es una maravilla. 

Lo peor: reconociendo, respetando y alabando la tremenda dificultad de la empresa, aquí el fotorrealismo engrandece lo general, dinamitando el intimismo y calado dramático del referente animado. 

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