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‘Érase una vez en Hollywood’ : el cuento de Quentin

La película se centra en el panorama cambiante de Hollywood a finales de los años 60, cuando la industria empezaba a olvidarse de los pilares clásicos. La estrella de un western televisivo, Rick Dalton (DiCaprio), intenta amoldarse a estos cambios al mismo tiempo que su doble (Pitt). Sin embargo, la vida de Dalton parece que está ligada a sus raíces de Hollywood, puesto que es vecino de la actriz y modelo Sharon Tate (Robbie), que acaba siendo víctima de la familia Manson en la matanza de agosto de 1969.

La principal virtud de Quentin Tarantino es su capacidad para hacer lo que le viene en gana. 

Desde su ópera prima hasta la fecha, el cineasta ha sido fiel a sus señas de identidad, consiguiendo en el camino una infatigable legión de seguidores y, casi siempre, el favor de crítica y público.

Esto no va cambiar ni un ápice con su novena obra pues ‘Érase una vez en Hollywood’ es la más personal, emocional, cinéfila y Tarantiniana de todas. 

No hay un solo momento donde no impere el sello del director, potenciado con el pasar de los años y, también, desbordado en ocasiones por su propia leyenda y su necesidad de homenajear a sus ídolos del Séptimo Arte.

De esta nostálgica carta de amor al cambiante Hollywood de los 60 (y sus aledaños cruzando el charco), la cultura pop y todas las filias del cineasta, se beneficia profundamente la carismática pareja protagonista: Leonardo DiCaprio y Brad Pitt aprovechan cada segundo en pantalla para brillar, degustando el caramelo que Quentin les ha preparado con mimo, y suponiendo con diferencia lo mejor de la película. 

El actor venido a menos, borrachín, inseguro y traumatizado y su avispado colega y doble de acción nos agasajan con momentazos por los que desfilan, entre otros, míticos  iconos de la meca del cine como Sharon Tate(Margot Robbie) , Steve McQueen (Damian Lewis), el mismísimo Bruce Lee (Mike Moh) y, también, monstruos elevados a la categoría de leyenda como el asesino manipulador Charles Manson.

Sin embargo, el que Tarantino se rinda homenaje a sí mismo y a todo lo que le gusta desde su consumada mitomanía, además de una celebración cinéfila y una proeza técnica que hará las delicias del espectador, también es un arma cargada que supo mantener en la cartuchera en anteriores trabajos, pero dispara aquí en detrimento del relato. 

Que el Quentin más fan se cuente un cuento, dinamita el dibujo de varios personajes (no van a reconocer al Bruce Lee de esta película), con especial gravedad en cuanto a Charles Manson, sus seguidores y el patinazo de Sharon Tate

Con Manson, Tarantino se centra en la eléctrica figura del tipo, sin importarle el impacto que sus manipulaciones ejercieron sobre sus acólitos. 

Así, las acciones de su clan son caricaturizadas sin rubor alguno, recreándose especialmente en las mujeres de la ‘Familia’, que se muestran como unas completas descerebradas a las que vacilar, explotar y segar la vida … y no las víctimas que fueron. 

En cuanto a la malograda Sharon Tate, pese al notable trabajo de Margot Robbie con las poquísimas líneas de diálogo que tiene (y ese momentazo mágico en el cine, donde no hace falta que diga nada), Tarantino no dibuja una mujer comprometida, luchadora y con opinión propia (no es poca la documentación disponible sobre la actriz de la que echar mano), sino a la princesa del cuento de Rick Dalton y su inseparable amigo. 

La única personalidad femenina interesante y trabajada de la película es la de una actriz infantil de 10 años. Háganse una idea. 

Lo mejor: la celebración cinéfila es magnífica, innegable y sin paliativos. 

Lo peor: Tarantino sacrifica a varios personajes en favor del cuento. Hecho que no importaría demasiado, si no fueran mundialmente conocidos, estudiados y documentados.

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