Una mujer (Kaya Scodelario) lucha por salvar a su padre cuando se produce en Florida un huracán de categoría 5. Sin embargo, mientras ambos tratan de huir, la tormenta les deja encerrados detro de una casa que se inunda y en la que tendrán que hacer frente a una legión de salvajes depredadores.
El verano, esa estación capaz de que los cines se llenen, literalmente, de películas de todo tipo, es el momento ideal para estrenar una cinta como ‘Infierno bajo el agua’.
A 40 grados a la sombra, no está de más meterse en una sala fresquita para presenciar un huracán muy puñetero donde, además, campan a sus anchas cocodrilos con ganas de carne, reformas en casa y sangre, que encontrarán unas cuantas presas bobas que engullir, y un par de aguerridos enemigos que les harán frente.
Solo hay una cosa que salva a ‘Infierno bajo el agua’ de ser una película palomitera del montón: la artesanía cinematográfica de Alexandre Aja.
El director de ‘Horns’ y ‘Las colinas tienen ojos’ se las arregla para atarnos al asiento durante noventa minutos, gracias a su dominio de la puesta en escena y esa innata capacidad que tiene de crear suspense y sobresaltar al espectador con la peripecia de los protagonistas, atrapados en una casa que se convierte en un personaje más.
Más allá, no hay nada relevante en la película: Kaya Scodelario y Barry Pepper cumplen como principales, pero sus personajes no son más que piezas (mil veces vistas y elaboradas a golpe de clichés) en el tablero de Aja.
Son carnaza, solo que un poco mejor dibujada que el resto de bustos parlantes que sucumben a las fauces de estos aligatores tan listos, oportunos, organizados, contorsionistas y diabólicos.
Si todo transcurre en un suspiro es gracias al buen hacer del tipo detrás de la silla.
Sin Alexandre Aja para dar vidilla a la carnicería y los efectos visuales justos pero cuidados, esto no pasaría de un telefilm de sobremesa.
Lo mejor: el buen hacer de Aja.
Lo peor: lo inverosímil que es todo, y la indiscriminada ronda de clichés.