Bajo la hipnotizante belleza de Anna Poliatova (Sasha Luss) se esconde un secreto que la lleva a poder desatar una imparable agilidad y fuerza, convirtiéndose así en una de las asesinas a sueldo más temidas por los gobiernos de todo el planeta.
Con mayor o menor fortuna, pocos pueden acusar a Luc Besson de no mantenerse fiel a sus señas de identidad.
Todas sus películas (ya sean dirigidas, producidas, escritas… o todo a la vez por él) tienen bessonadas comunes que deleitan a sus fans, y aturden, e incluso espantan, a los que no lo son.
‘Anna’ es la versión para el siglo XXI de ‘Nikita’, con todo lo malo (en este caso), que conlleva.
La película se construye a golpe de tontos y previsibles clichés, un montaje diabólico y la sucesión de flashbacks.
Recursos que, en algunos cotos del cine actual, se explotan demasiado para contentar al espectador interconectado hasta a su cepillo de dientes, que pierde el interés con facilidad y necesita que se lo den todo masticado.
Pero, por muchos saltos temporales que de la peli, y caras que tenga la matrioska, es fácil saber lo que está pasando, y también lo que va a pasar.
‘Anna’ explota todo su potencial para el divertimento en las trabajadas secuencias de acción, donde Sasha Luss es una máquina de matar a la que no le tose nadie.
Como película veraniega con cero pretensiones, la de Besson cumple, y sus dos horas de metraje navegan a velocidad de crucero sin obligarnos a mirar el reloj que, cuando acaba, no nos deja nada para el recuerdo.
Algo que consiguieron, por ejemplo y entre otras, ‘El gran azul’, ‘El profesional’ y ‘El quinto elemento’.
Dentro del universo de Luc, ‘Anna’ es una estrella menor.
Lo mejor: Sasha Luss. Menudo peligro.
Lo peor: está muy vista.