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‘El silencio del pantano’, y los fantasmas de la corrupción

“Q” es periodista y un reconocido escritor de novela negra. En su obra se relatan los crímenes de un asesino en serie utilizando como telón de fondo la corrupción política y la mezquindad del alma humana. La paradoja es que los crímenes que tienen lugar en sus novelas no son tan ficticios como parecen.

La experiencia de enfrentarse a la tensión del folio en blanco para escribir algo que provoque un mínimo interés en el lector (es un decir; actualmente viene siendo más útil la pantalla de word, por ser fácil de editar, aunque todavía hay quienes se defienden mejor con tachones y subrayados en tinta y papel), se suple con constancia y cierto toque de profesionalidad. Constancia para saber manejar las palabras expresadas y que reflejen lo que se quiere transmitir, y profesionalidad a la hora de adquirir buenos hábitos de escritura sin depender en exceso de la inspiración.

‘El silencio del pantano’, al igual que sus predecesoras ‘Adiós’, ‘El silencio de la ciudad blanca’ o ‘Legado en los huesos’, demuestra el interés del cine español por elevar la marca en lo referente a la realización de buenos thrillers con sello local. Basada en la obra homónima del periodista convertido a novelista, Juanjo Braulio, describe un relato negro de ficción sobre el entorno real de la sociedad valenciana de nuestros días.

Marc Vigil, en su debut cinematográfico tras una larga experiencia televisiva, recrea esta adaptación en la que juega con la creatividad de un escritor de novelas de asesinatos en un entorno urbanístico hostil y salvaje que ha ido comiendo terreno físico y espiritual a la Albufera, para crear los monstruos de una ciudad impregnada por los “negocios de vida efímera”. Bajo la sombra arquitectónica de Calatrava y las marismas inmortales de Blasco Ibáñez, ‘El silencio del pantano’ derrocha onirismo que mezcla como un delirio la faceta visual y narradora de su protagonista.

Pedro Alonso, se despoja de su velo televisivo para interpretar aquí a Q, el alter ego tanto del autor real de la novela, como del protagonista o del mismo asesino en serie, reflejado en un juego de espejos del asfalto y del agua mientras recorre Valencia con su casco y su Ducati.

Frente a él La Puri, una inmensa Carmina Barrios que parece representar la versión femenina y gitana de Don Corleone, enarbolando la bandera del mundo de las drogas y su violencia para no restar ni un gramo del negocio. Trabajo destacable el del secuaz, con un Nacho Fresneda inquietante como mano derecha de la matriarca. Y José Ángel Egido, en el papel del político corrupto refugiado en su cátedra de economía.

‘El silencio del pantano’ es un magnífico ejercicio visual que pone en tela de juicio la labor creativa de los escritores de best-sellers de suspense y asesinatos, intentando elevar la calidad a la altura de los thrillers nórdicos contemporáneos.

Lo mejor: las interpretaciones y la adaptación de una compleja trama que enreda palabras, imágenes y pensamientos, mezclando el suspense, la corrupción y la delincuencia en un mismo argumento. Y esa irónica camiseta que viste un funcionario corrupto que reza en valenciano “por la dignidad del servicio público”.

Lo peor: que los juegos de recursos que ofrece una novela para su autor al jugar con la ficción y la realidad del momento no se vea reflejada en la trama, y quede difuminada como si se tratase de esa bandada de estorninos que sobrevuelan la Albufera con un ruido ensordecedor.

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