Verano de 1998. Kabul bajo el dominio talibán. Zunaira y Mohsen son dos jóvenes enamorados. A pesar de la violencia y penurias que sufren a diario, sueñan con un futuro mejor. Un día, un gesto espontáneo hace que sus vidas den un giro irrevocable.
La anatomía de las aves, y más concretamente de aquellas cuyas alas les permite desprenderse del suelo bajo sus patas para conquistar los cielos, suele asociarse en términos humanos a la libertad absoluta. Poder surcar el aire a cualquier altitud, no atenerse a fronteras ni limitaciones, dejarse llevar por las corrientes en un vuelo majestuoso… Solo la tempestad o el clima adverso, son capaces de frenar esa sensación plena de dominio y de responsabilidad del propio movimiento, que en el caso de las golondrinas confiere un carácter migratorio para poder subsistir. Enjaular a estos preciosos animales sería arrojarlos a su propia e irremediable extinción.
‘Las golondrinas de Kabul’ es la adaptación con el mismo nombre de la novela de Yasmina Khadra (pseudónimo “Jazmín Verde” del escritor y excomandante argelino Mohammed Moulessehoul). Una preciosa y dura joya cuya textura de acuarela describe crueles momentos de la invasión talibán con tonos pastel que contrastan eficazmente con el mensaje que desprende este magnífico título.
Dos directoras francesas se han responsabilizado de su producción. Por un lado la actriz Zabou Breitman (‘No et moi’, ‘Acordarse de las Cosas Bellas’), se ha dedicado a la adaptación de la novela en el guion y diálogos, además asumir la parte artística real como son las interpretaciones vocales de los actores y sus movimientos. Por otro, la animadora Eléa Gobbé-Mévellec (es su primera película a la dirección tras haber participado en ‘El gato del rabino’, o en ‘Ernest & Célestine’ de la que comparte semejanza por la técnica visual que emplea), se ha ocupado de dar vida en pincel digital a los personajes, decorados, escenarios y paisajes de este cuento dramático con un enorme valor y eficacia casi mimética. Lo formidable es que con unas ilustraciones tan esquemáticas y sutiles se desarrolle tan buena y realista animación.
Los dibujos guardan un gran parecido con los actores que les dan vida a través de sus voces, expresiones y propias acciones. De hecho, se les puede reconocer a poco que se tenga cierta familiaridad con los mismos: Simon Abkarian (‘Tan lejos, tan cerca’, ‘Gett: El divorcio de Viviane Amsalem’), Zita Hanrot (‘Fátima’, ‘La fête est finie’), Swann Arlaud (Gracias a Dios’, ‘Un héroe singular’), Hiam Abbass (‘Alma Mater’, ‘Una botella en el mar de Gaza’). Hacen un magnífico trabajo bajo el velo esbozado.
‘Las golondrinas de Kabul’ muestra el panorama derruido y devastado de una hermosa región como es Kabul, en medio de la total e interesada represión cultural fundamentalista que asoló la zona a finales de los noventa, tras tiempos de antaño muy diferentes. Casquillos de bala por los suelos, edificaciones que soportan las cicatrices de los combates y ejecuciones en la calle bajo el nombre de Dios, delante de los niños. Es el vivo retrato del sometimiento talibán donde la mujer es la principal víctima de la radicalización, además de actuar con cinismo como verdugo de sí misma. “Ningún hombre le debe nada a ninguna mujer” se ha instalado en la poca cabeza de una sociedad enteramente machista que desprecia la libertad, la belleza y lo femenino bajo la equívoca excusa de ser “la voluntad de Dios”.
Cuando más vale ver la crudeza representada en animación, bajo una textura de cuento infantil, surge la fortaleza de un suave y directo mensaje con tonos desgarradores. Hombres armados, carceleros y prisioneros de sí mismos, y mujeres obligadas a vestir el burka a modo de sudario, solo pueden traer represión y odio hacia la propia identidad cultural… en los que todavía cabe la esperanza y la humanidad bajo el milagro del llanto.
‘Las golondrinas de Kabul’ es el bodegón de un mundo en el que él purifica sus pecados en la mezquita mientras a ella se los arrancan a latigazos, donde “está prohibido reir”, bailar y escuchar música. Solo el sacrificio y el amor pueden dar alas y hacer volar a la imaginación hacia una próxima libertad.
Lo mejor: el tremendo valor de esta oda a la libertad en cuanto a su historia y a la manera de contarla con preciosas pinceladas,
Lo peor: el mal uso que se hace de las deidades para reprimir la educación, la cultura y la identidad, mediante la discriminación y la esclavitud que llevan a una civilización retrógrada.