Como cada mañana Paolo se sube a su escúter para ir al trabajo. Al atravesar un cruce con el semáforo en rojo, un camión lo arrolla y Paolo fallece. Pero por un error de cálculo en el paraíso, Paolo obtiene una hora y media más para vivir después de la muerte. 90 minutos para conseguir lo que realmente cuenta en la vida: estar con las personas que más quieres.
Uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.
Esta afirmación bien podría resumir todo el desarrollo de ‘La alegría de las pequeñas cosas’, una dramedia amable, profundamente humana (con todos los defectos y virtudes que conlleva) y cien por cien italiana, donde un hombre corriente, dentro de un matrimonio corriente, con una familia corriente, pierde la vida demasiado pronto.
Por un error burocrático (ni en el Paraíso nos libramos de eso), se le concede hora y media extra en la Tierra, donde aprovechará para evaluar los actos de su vida y despedirse de sus seres queridos.
En nuestra ajetreada vida, damos demasiadas cosas por sentado: la fidelidad de la pareja, el amor de los hijos, la lealtad de los amigos, las tareas cotidianas… Una suma de pequeñeces que asumimos porque siempre están ahí, pero a veces descuidamos por el mismo motivo.
Cada momento de la vida, es único e irrepetible, y hay que aprovecharlo.
La alegría está, como bien refleja la película a través de su imperfecto protagonista y el universo de relaciones y vivencias que ha construido, en disfrutar de esos pequeños momentos con nuestros seres queridos, y también en el autodescubrimiento que a trae la soledad.
La felicidad empieza por uno mismo, y solo quien se sienta bien en su interior y se acepte como es, será capaz de hacer felices a los demás. La vida es una carrera de fondo, no de velocidad.
Paolo, en parte, somos todos. Todos podemos sentirnos identificados con el protagonista, sus familiares y amigos. Con sus victorias y sus derrotas, con las lecciones que aprendemos de la peor, o la mejor, manera posible.
Vivimos tiempos que invitan a la reflexión.
Cuando podamos salir a la calle, la mayoría queremos, simplemente, disfrutar de la alegría de las pequeñas cosas, que siempre damos por sentadas… y no lo están.
Paolo tuvo que morir para aprender la lección. Nosotros podemos hacerlo en casa rodeados de seres queridos, protegiendo a los demás con nuestra clausura y disfrutando de una película amable y cercana.
No parece una opción tan mala ¿verdad?.
Lo mejor: todos podemos vernos, en cierta medida, reflejados.
Lo peor: algunos diálogos son demasiado improbables, incluso para una comedia con un Ángel barbudo y socarrón.