Después de la muerte de su padre, tres hermanas (Lou, una joven de dieciséis años, Charly que tiene poco más de veinte años y Emmie, que es una niña) deben mantener a flote Immenhof, la granja de caballos familiar. Juntas deberán superar todo tipo de adversidades para poder conservar su querido hogar, en bancarrota. La clave está en un precioso caballo de carreras.
Tres hermanas capaces, inteligentes, bellísimas y ocurrentes.
Una granja de ensueño llena de caballos preciosos y rodeada por paisajes de postal donde cualquier director de fotografía sacaría oro.
‘Un verano inolvidable’, se disfruta siempre y cuando nos olvidemos por completo de la sinopsis de la cinta.
El ‘todo tipo de adversidades’ que superar, ni son de todo tipo, ni son (al menos como las entiende cualquier mortal del mundo ‘real’) adversidades.
Lo que básicamente nos ofrece la película es una idílica postal equina, donde la fotografía juega un papel determinante, mostrando en todo su esplendor al animal más elegante sobre la faz de la tierra.
Para los amantes de los caballos, ‘Un verano inolvidable’ supone una delicia con la que hacerse la boca agua, pues se suceden las imágenes poderosas de corceles galopando, en reposo, haciendo cosas cuquis y transmitiendo esa serenidad, poder y gallardía que este animal supura por los cuatro costados, haciéndole merecido protagonista de muchos de los grandes eventos de la humanidad.
Por lo demás, la historia de las hermanas Lou, Charlie y Emmie tiene el sustrato de un spot de colonias (de lujo, eso sí).
Sus amoríos son una monada; sus presuntas penalidades, mil veces vistas y propias de la clase alta (los únicos que por esos lares no gastan casoplón, cochazo y aparatitos de la manzanita, son los caballos); los ‘malos’ de la película resultan tan inofensivos, banales e irresponsables (increíble el comportamiento de la entrenadora del caballo ganador Cagliostro, que no sabe ni cómo calmarlo tras un trauma claro) que no hay quien se los crea.
La clase de conflictos que animan a implicarse al espectador, y temer por los destinos de los personajes, brillan por su ausencia.
Todo es tan bucólico, tan bonito, que sabemos desde el principio cómo acabará la historia.
Lo mejor: las imágenes, que ensalzan la belleza de los protagonistas, equinos y humanos.
Lo peor: más allá de la bella factura, estamos ante un telefilm veraniego de sobremesa.