En un barrio de Chicago, casi una década después de una ocupación por una fuerza extraterrestre, ‘Nación cautiva’ explora las vidas de ambos lados del conflicto: los colaboracionistas y los disidentes. Hace 10 años, los aliens arrebataron el planeta a los humanos. Hoy un grupo de rebeldes intentará comenzar a recuperarlo.
No hay género en el Séptimo Arte con mayor capacidad para tocar todos los palos que la Ciencia-Ficción. Bien armada y con objetivos claros, es capaz de traernos películas inolvidables, que ahonden en los rincones más oscuros del ser humano, el concepto mismo de Humanidad y, por supuesto, todos los estratos sociales y políticos.
‘Nación cautiva’ tiene muy buenas ideas.
De hecho, es tanto su potencial, tantas las piezas que despliega sobre el tablero, tantas sus pretensiones, que el resultado final es un enorme mazazo para el espectador, aún más duro si tenemos en cuenta que Rupert Wyatt está detrás de las cámaras, y nos dejó un gran sabor de boca con la estimable primera entrega del reboot del Planeta de los Simios.
La película lo tiene todo para ser inolvidable, pero no hay un solo aspecto que desarrolle lo suficiente.
Durante el metraje, deambulan personajes atormentados que declaman diálogos de grandilocuente semilla pero poco sentido, y se diluyen en un montaje caótico sin foco (¿qué nos quieren contar, realmente?; ¿dónde quiere llegar el director?), que dinamita los momentos de mayor impacto visual y dramático.
La denuncia social, igualmente, aún necesaria, es demasiado zafia y transparente como para dejarnos huella, pese al notable trabajo interpretativo de todo el elenco, capaces de extraer fugaces piezas de oro de una veta rica pero durísima, alumbrando individuos que se mueven siempre en los tonos grises.
No hay nada que ‘Nación cautiva’ nos cuente, que no nos hayan contado antes, casi siempre con mejor fortuna. Pero, de haber combinado bien sus elementos, estaríamos ante una joya de la ciencia-ficción contemporánea.
Con los años se convertirá, no obstante, en un film de culto. Fallido, pero de culto, como tantos otros.
Lo mejor: su indudable potencial.
Lo peor: Wyatt no le saca partido.