Daniel, un joven de 20 años, experimenta una transformación espiritual mientras vive en un Centro de Detención Juvenil. Quiere ser sacerdote, pero esto es imposible debido a sus antecedentes penales. Cuando es enviado a trabajar a un taller de carpintería en una pequeña ciudad, a su llegada se viste de sacerdote y se hace cargo accidentalmente de la parroquia local. La llegada del joven y carismático predicador es una oportunidad para que la comunidad local comience el proceso de sanación después de una tragedia que ocurrió allí.
Hay quien sostiene que entre el bien y el mal existe una difusa frontera en la que se balancea la humanidad. Ambos conceptos necesitan de la conciencia de manera intrínseca, y sin ella es realmente difícil discernir dónde se tiene un pie y el otro.
La tercera película del director polaco Jan Komasa (‘Varsonia 1944’, ‘Sala samobójców’), mira al cielo y a los infiernos de un idílico poblado montañés. Cautivado por el artículo de su guionista Mateusz Pacewicz (con quien también ha colaborado para su próximo estreno ‘Hater’), se inspira en la figura de un joven que durante un tiempo se hizo pasar por sacerdote oficiando bodas, bautizos y funerales en su país. En su constante narrativa sobre la juventud, ambos exploran en el terreno de la ficción mezclando violencia y fe juntas de la mano en un camino estrecho, divino tesoro que acuñara Rubén Darío en sus ‘Cantos de vida y esperanza’, aquí evolucionado a una temática algo más truculenta y siniestra.
Bartosz Bielenia es un joven actor, principalmente de teatro, que sabe conjugar la dualidad tanto de un violento fanatismo, como de rozar casi la santidad con ese mismo rostro, pero esta vez angelical. En su papel de Daniel, y gracias a una aterradora inexpresividad, es capaz de colgarse el hábito y aparentar con ese corte de pelo, la blancura de su piel y la claridad de sus ojos un halo celestial. Realiza un excelente trabajo como emisario del bien y del mal, o viceversa según se quiera mirar.
Salvando las distancias, y como si del texto de Unamuno adaptado para siglo XXI, los habitantes de ese particular Valverde de Lucerna polaco van aflojando su reticencia para seguir al nuevo impostor eclesiástico. Saltándose aquello de que el “hábito no hace al monje”, tal vez más influenciados por las costumbres de los feligreses que por la vestimenta del cura infiltrado, va predicando con la paz y con el ejemplo. Aleksandra Konieczna, Eliza Rycembel, Tomasz Zietek, Leszek Lichota y Lukas Simlat forman parte del interesante elenco interpretativo de personajes en busca de su particular redención.
El suspense, el miedo, la muerte, el misterio, van haciendo acto de presencia a lo largo de sus historias, donde la expresión de que “los caminos del Señor son inescrutables” tiene su máximo valor, y nunca mejor dicho. Un buen pueblo con buena gente que sigue una terapia para el dolor poco ortodoxa, mientras permanece atrapado en la encrucijada del poder y la verdad. Siguiendo al ángel convicto.
Cuenta además con una muy destacable fotografía a cargo de Piotr Sobocinski Jr. Por su parte, los hermanos Evgueni y Sacha Galperine (‘Una gran mujer’, ‘Gracias a Dios’), son los artífices de una interesante banda sonora que acompaña con intensidad las imágenes de la obra.
Por encima de valores y creencias, de la fe o de su misma ausencia por parte del público, ‘Corpus Christi’ no deja indiferente. Propone múltiples reflexiones que van mucho más allá de la resignación del “Dios proveerá”. Habla sobre la utilidad del engaño y de la impostura cuando se trata de alimentar el alma y sus creencias. Y de la posibilidad de regenerarse por el daño causado. Una extraordinaria muestra de lo más destacado del cine polaco de los últimos tiempos.
Lo mejor: la trama y sus artificios, su protagonista deambulando entre la mentira y la esperanza.
Lo peor: la maleabilidad y la fragilidad de las personas.